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La ciudad que todos queremos

Carlos Christian Sánchez | Editor y Corresponsal

Desde 2002 no hubo un verano tan hermoso y con tantos días de sol como el que disfrutamos en estos días. El cielo celeste, con pocas nubes y un radiante astro rey, daba riendas sueltas a nuestra imaginación, de que en el futuro los panameños tengamos una capital con parques y veredas para diversión amena.

La Ciudad de Panamá tiene el provilegio de poseer una espectacular vista del océano Pacífico, cuyo infinito mar se extiende hasta el horizonte. El verano que está por acabarse, permite que la brisa norteña refresque a los habitantes de la noble urbe, fundada en 1519 por Pedro Arias de Ávila.

Sin embargo, la metrópoli ha comenzado a perder los pocos lugares de diversión que tenía. No hay parques para los niños, jóvenes y adultos que buscan hacer ejercicios o descanzar bajo la sombra de un árbol de mango.

Hay pocas avenidas con guayacanes y los rascacielos han empezado a opacar la ciudad, con sus rústicas siluetas en el cielo.

El proyecto de la Cinta Costera, que busca colocar un conjunto de parques costaneros en la Avenida Balboa y conectar el Corredor Sur, entre Punta Paitilla y Fuerte Amador, es vital para recuperar el panorama citadino, ante el desmedido crecimiento urbano.

Junto con el saneamiento de la bahía, la colocación de un parque colindante a una hermosa playa frente a la ciudad sería el milagro que salvaría a nuestra capital de la imagen denigrante que hoy tiene.

Por desgracia, algunos tienen en mente otros planes y no consideran viable colocar un parque costanero colindante al Corredor Sur.

Es hora que los ciudadanos comencemos a exigir a las autoridades más espacios libres para recreación, que también rescaten la estética urbana.

Igualmente, la Ciudad de Panamá merece un óptimo servicio de transporte público que permita la comunicación eficiente para los ciudadanos.

Por supuesto, la opción de vehículos ferroviarios de alta capacidad es mejor alternativa que traer buses alargados que han demostrado ser un fracaso en otros países, como en Colombia y Brasil.

La contaminación ambiental y la saturación de las vías con autobuses son el dilema de las grandes urbes.

Una ciudad con pocos automóviles y vehículos transitando a diario permite a sus habitantes respirar aliviados.

Esperemos que Dios ilumine a nuestras autoridades frente al tema de construir la Cinta Costera y sus demás implicaciones. Pensemos primero en el bienestar de la gente, en vez de los millones de dólares que ganará el constructor de un par de edificios que sólo terminarán dañando la vista panorámica de la principal urbe istmeña.



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