Hace rato había ido a visitarla, pero no fue hasta este año que la conocí y ahora no recuerdo cuándo fue que me cautivó, pero prometí que- cada vez que viaje a Chiriquí- pasaré a verla. No importa si vaya sólo o con mi familia. Estaré obligado a ser dos escalas: al llegar y al salir.
La Negra Margarita no sólo me flechó a mí, sino a los que viajaban conmigo. Esa mañana, la tropa de amigos bajó del busito del señor Marín y corrió a postrarse en el mostrador para pedirle a la negra de todo para aplacar el hambre del viaje que traían de Horconcitos, donde habíamos acampado la noche.
En todos los paseos, ya sean estos familiares o multifamiliares, siempre es común discutir dónde comer, sin embargo, en esta ocasión -después de probar la comida de la Negra Margarita- en lo único que nos pusimos de acuerdo fue en comer allí.
La Negra Margarita es un restaurante ubicado a la orilla de la carretera Interamericana. El mejor punto de referencia es cerca de la garita que da la bienvenida a David. El sitio es acogedor, pero mucho más es la comida que preparan allí.
El nombre me llamó mucho la atención, por lo que quería saber ¿quién y cómo era la Negra Margarita? Tanto fue el deseo de conocerla, que una tarde pregunté por ella, pero me dijeron que se había ido a descansar. Al otro día, su hijo me la presentó. La doña, muy gentilmente, me regaló una sonrisa y me estrechó su mano. Es una señora robusta de una mirada acogedora que refleja el trabajo dedicado de años a su negocio.
La Negra Margarita es un restaurante donde se deleitan ricas viandas, pero también es un personaje que atrae la curiosidad de los extraños, tal como lo hizo conmigo.
Los pequeños comerciantes en este país que buscan el éxito en sus negocios deben tomar de ejemplo varias cositas que hacen la diferencia en la Negra Margarita, tales como la prontitud al servir, amabilidad, variedad y sabor de los platos, pero lo más importante de todos es que deben dejar con las ganas de regresar.