No por ser una piscina un espacio de agua reducido, cristalino y sin fuertes corrientes, hay que ignorar la seguridad. De hecho, muchos niños y adultos han perdido la vida por pasar por alto la mesura y la supervisión en las albercas.
En una piscina pública, de un hotel o balneario, es necesaria la presencia de un guardavidas. Pero la realidad es que esto no se cumple en muchos lugares. Así que el 100% de la responsabilidad corre por uno mismo.
La primera lección sobre las piscinas es que al llegar a ellas debemos hacerles un recorrido de reconocimiento, tanto dentro como en los alrededores. Debemos saber si los bordes de la piscina tienen el suelo resbaloso, limoso, o con bordes cortantes.
Tambien hay que verificar si el agua de la piscina no está turbia, o llena de sedimentos. Esto puede indicarnos si se le hace limpieza y mantenimiento frecuentes. Hay piscinas tan sucias, que da lo mismo meterse a un pantano.
Al entrar, hay que acostumbrarse a la temperatura del agua. Algunas piscinas son muy frías, lo que puede causarnos calambres; y si nos da un calambre en una parte honda, estamos en problemas, incluso si sabemos nadar.
A los niños pequeños hay que tenerlos ubicados en su parte menos profunda y SIEMPRE con un adulto poniéndoles el ojo.
Alrededor de la piscina no podemos estar corriendo. Un resbalón y podemos quebrarnos una pierna, o golpearnos la cabeza con uno de los bordes.
Si hay un trampolín, los clavados deben calcularse primero midiendo la profundidad de esa área específica de la piscina. Eso de tirarse de cabeza en sin conocer la zona es una de las cosas más estúpidas que puede hacerse en una piscina. Pero tal vez no tanto como bañarse en estado de ebriedad.
Tampoco es muy brillante entrar inmediatamente después de comer. Hay que esperar al menos 2 ó 3 horas, porque se corre el riesgo de su sufrir una congestión.
Diviértase en las piscinas, pero nada de excesos, y siempre velando por la seguridad de la familia.