Era la pasajera más llamativa de todo el aeropuerto de Bogotá: alta, bonita, elegante y perfectamente maquillada. Vestía un impecable traje sastre de viaje. Portaba un finísimo maletín femenino y hacía derroche de sonrisas, saludos y gracias.
Lo que más llamaba la atención era su cabellera. Negra, ondulada, lustrosa, le caía casi a la cintura. La viajera partía para Holanda en la aerolínea venezolana Viasa. Pero los detectives sospecharon de tan llamativa cabellera, y como sospecharon, la arrestaron. Dentro de la peluca, porque era peluca, la viajera llevaba un kilogramo de cocaína pura.
He aquí el caso de una mujer que tenía una larga cabellera, eso sí, pero un entendimiento corto. Trabajando por cuenta de vaya a saber quién, aceptó esconder cocaína en su peluca. No tuvo entendimiento suficiente para medir las consecuencias. Quizá ni conciencia tenía de estar haciendo un mal. Se le olvidó que la mentira suele tener piernas cortas, y el engaño suele venderse a sí mismo con los más insospechables gestos.
Casi siempre los que se entregan a una vida de delito tienen el entendimiento muy corto. Pueden ser astutos en la comisión de su delito. Pueden creerse muy vivos, muy sagaces, pero en cuanto a las consecuencias de sus maldades, carecen por completo de entendimiento. Si bien son vivos para hacer el mal, no lo son para anticipar las consecuencias.
Es que la avaricia ciega a los que se entregan a ella. La avaricia es el peor de los mafiosos: silencia pronto al ayudante que sabe demasiado, y no tiene la más mínima consideración con quienes la adaptan como su cómplice. Los vende y los traiciona cuando quiere, y los abandona a su triste suerte.
Por eso hay hombres y mujeres de cabello largo y entendimiento corto. La avaricia no los deja entender que están en camino de muerte. Los ciega al hecho de que tras unas breves y pasajeras ganancias materiales sufrirán la vergüenza humillante de la consecuencia de su torpeza.
Dios quiere mucho más que eso para nosotros. Él no nos hizo para que nos destruyamos a nosotros mismos. Él quiere salvarnos, rescatarnos. Él quiere darnos entendimiento para saber distinguir entre el bien y el mal, y escoger el único camino que lleva a la paz y al éxito. Entreguémosle nuestra vida a Cristo.