Marcos 1, 40-45
La Biblia nos habla de la lepra. Es también un símbolo que nos habla del pecado, del mal. El leproso es una representación del pecador. Pero hay dos modos diversos -dos etapas- en la consideración del leproso.
La primera, lo separa para que no contagie, la segunda, la de Jesús, lo cura para que conViva, Crítica en Línea, nos integra a la comunidad. Uno se pregunta si, demasiadas veces, no seguimos en aquella primera etapa.
El pecado, la lepra que destruye al ser humano
Ver a Jesús curando es aceptar que por Él somos salvados, por esto, al adentrarnos a la curación del leproso, hay que rescatar un elemento (Jesús padece con...).
Tenemos que ver a Jesús que se acerca libremente a tocar al leproso. De aquí la importancia de comprender que para que quedemos limpios tenemos que tener una apertura sincera.
Hoy más que nunca el pecado se gesta en la comunidad, se ha convertido en un hábito de vida del ser humano. Jesús se acerca a nosotros; porque nos hemos sumergido en la moda, la superficialidad, frivolidad y todo aquello que nos aleja de Él.
Por eso, la invitación del evangelista es a dejarnos tocar por Jesús, por su Palabra, para descubrirlo y a la vez dejarnos sanar de la lepra del pecado que poco a poco está destruyendo a la persona y a la comunidad.
La enseñanza que hallamos en el evangelio de hoy es que no se trata de condenar, de separar, sino de curar, de liberar. Y que ello no se consigue observando las normas de separación, sino -como hace Jesús- extendiendo la mano y tocando al que es considerado pecador.