Allá por 1550, los indígenas matagalpas habitaban en el valle de Sébaco, bajo el liderazgo del cacique Yamboa. Habían encontrado yacimientos de oro en una cueva en las montañas cercanas hacia el norte del poblado.
Al llegar los españoles, descubrieron que algunas indígenas relacionadas con el cacique lucían collares con pepitas de oro tan grandes como las semillas de tamarindo. El cacique hizo varios regalos de grandes cantidades de tamarindos de oro para el rey de España. Pero eso no hizo más que despertar la ambición de los conquistadores.
En eso llegó de Córdoba, España, un joven llamado José, y pidió permiso para quedarse allí en Sébaco. Después de ubicarse e investigar la historia del lugar, constató que su padre había muerto en un combate con los indígenas en la región de Cihuacoatl.
José trabó amistad con la gente allegada al cacique, y encontró la manera de conocer a su hija, llamada Oyanka. Durante varios meses se dedicó a hacerse amigo de ella, a aprender la lengua de los matagalpas y a enseñarle a ella el castellano.
Oyanka tenía la tez bronceada, ojos café ámbar, facciones finas y cabello largo muy hermoso. No es de extrañarse que José se enamorara de ella. Pero él no abandonó su meta de enriquecerse, sino que, jurándole que guardaría el secreto, logró que ella lo llevara a ver la cueva de los tamarindos de oro.
Cuando el padre de Oyanka se enteró del paradero de su hija, se disgustó mucho y ordenó el encierro de la princesita y la captura del atrevido jovenzuelo. Oyanka, privada de libertad y de su novio, se deprimió tanto que dejó de comer, diciendo que no podía vivir sin José. Fue así como, después de varias semanas, cayó en un sueño del que solo el regreso de su amado podría rescatarla.
Pasados ya 400 años, Oyanka se ha convertido en piedra, y está a la vista de su pueblo, recostada de espaldas, en el cerro que lleva su nombre.
¡Quiera Dios que así como «Oyanka, la princesa que se convirtió en montaña», cuya leyenda relata en detalle el autor nicaragüense Eddie Kühl Araúz, quien no podía vivir sin José, también nosotros determinemos que no podemos vivir sin Cristo! Pues solo el regreso de Cristo como nuestro Amado podrá rescatarnos de nuestro sueño final.