Este año, los carnavales de Panamá cumplen cien años. Fue en 1910 cuando los istmeños, siete años después de la fundación de la República, comenzaron a celebrar la fiesta de la farsa y los disfraces. Un siglo después, en medio de polémicas y de incertidumbres, la efervescencia no ha disminuido.
El tiempo ha transcurrido y a pesar de algunas notables diferencias, en cuanto a organización y el propio espectáculo, los panameños y panameñas no hemos perdido la alegría y la disposición para celebrar durante casi cinco días las festividades de Momo y Domitila.
Algunos recordamos los toldos en Río Abajo, en la antigua estación del ferrocarril o en Barraza, donde se presentaban los artistas de moda, entre los que destacaban Beny Moré, Ismael Rivera o El Gran Combo, y las nacionales orquestas de Armando Boza, Marcelino Álvarez, entre otros.
La población ha crecido y con ella los problemas que ocasionan la acumulación de personas, pero este año parece haberse organizado un carnaval sin mucha ostentación, pero sí con eficiencia a diferencia de aquellos que contaban con una junta y con recursos millonarios.
En esta ocasión, solo se presentarán artistas nacionales y esto es digno de encomio, ya que en Panamá ha surgido una gran cantidad de cantantes y grupos que nada deben envidiar a orquestas foráneas que cobraban cifras demasiado elevadas.
Este año, los panameños debemos celebrar con alegría, pero también con respeto y tolerancia para evitar conflictos innecesarios y enfrentamientos que no traen más que luto y dolor a una sociedad ávida por recuperar su antiguo espíritu festivo, su camaradería y, sobre todo, su ambiente de paz.
Ojalá que este Carnaval del Centenario sea de mucha diversión, no solo en la capital, sino también en las demás provincias. Panamá se merece un período de esparcimiento y relajamiento, en medio de las tensiones que tanto nos afectan a diario. Hagámoslo por todos nosotros.