Hay personas que andan a la libre. Creen que no tienen que responder a nadie por sus actos, pero a la hora de la verdad -cuando sienten la necesidad de que alguien los escuche- no saben con quien confesarse. ¿Le digo mis pecados a un hombre? Se hacen esta pregunta, o a Dios directamente.
Jesús, cuando habitó en carne y hueso entre nosotros dejó sentado un modelo de oración: "Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores" (Mateo 6: 12). Si has faltado contra tu prójimo, si llevado por la debilidad de tu naturaleza has caído en lo que tan severamente condenas en otros, entonces confiésale a la persona afectada tus faltas y recupera la paz de tu espíritu. Mientras no procedas así, hasta tu propia oración carecerá de eficiencia. Dijo el Señor Jesús : "Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda" (Mateo 5: 23-24).
La misma actitud debes optar cuando se trata de tus pecados cometidos contra Dios. ¡Cuán ingrato eres con el Señor! Mientras él lo dio todo por ti al entregar a su Hijo al sacrificio de tu Salvador, sino ante tu profunda necesidad de ser digno de ese sacrificio. Y vas aumentando el peso del alma que soporta tu corazón y vas asfixiando tu conciencia y poniéndola a menudo en peligro de muerte, en un triste cometer el pecado. ¿Por qué no permites que Jesús quite de ti la carga de tu pecado y de tu flaqueza?
Claro está que para que llegues a este punto de confesarle a Dios tu pecaminosidad es necesario que en tu corazón se produzca el divino milagro del arrepentimiento.
Si aún te preguntas a quién confesar tus pecados, he aquí la respuesta: Sólo a Él has de confesarle tus faltas, y no a ser humano alguno. Sólo Él conoce tu necesidad, y sólo Él tiene capacidad para perdonarte, así es que dile que entre a tu vida porque quieres cambiar para su gloria.