El sol no despertaba, pero aún somnoliento, iluminó levemente el camino hacia la campiña. Eran las 6:40 de la mañana de un miércoles cualquiera de verano, y los edificios altos de la ciudad fueron quedando atrás.
Pasar el puente de las Américas es abrir el camino a una aventura visual, sólo percibida por quienes saben apreciar el paisaje que regala la naturaleza.
El viaje en auto es corto. Dos horas y tantos minutos de camino por la vía Interamericana muestran un país que crece y traslada las edificaciones modernas hacia los campos.
De Arraiján hasta Aguadulce, en la provincia de Coclé, situada a unos 197 kilómetros de centro de la ciudad, unos 12 proyectos, entre habitacionales y de playa, se publicitan en las enormes vallas que acompañan a los viajeros a lo largo de su destino.
En medio de tantas publicitadas estructuras, se mantienen los humildes campesinos que venden desde pipas y frutas, hasta pescado seco en improvisados quioscos levantados a un lado del camino. Detenerse en cualquiera de esos puestos es encontrarse con una sonrisa y los buenos días, expresiones de amabilidad que casi se han perdido en la ciudad.
Para muchos de los interioranos, el caballo sigue siendo el mejor medio de transporte; para otros, la bicicleta y, aunque no son tan comunes, todavía hay quienes se movilizan en carretas, mostrando que el asfalto y el cemento no ha cubierto por completo la tierra que aman y respetan.Han pasado más de dos horas, en una carretera que está siendo maquillada por el Ministerio de Obras Públicas, en un intento por cubrir las imperfecciones que el tiempo y la falta de mantenimiento han sacado a flote.