Aparentemente lo tenía todo, comenzando por juventud y belleza. Era una joven Taiwanesa de dieciséis años que pertenecía a una familia rica. Su padre y su madre estaban dedicados al comercio internacional. Vivían en un amplio apartamento en el sector elegante de Taipei.
Sus profesores la describían como "una joven muy inteligente". Los antecedentes de su familia eran impecables. Su abuelo fue presidente del Banco de Taiwan y su tío un artista de renombre. Pero de nada le sirvió esto, pues Li May Mao fue detenida por ladrona, drogadicta y prostituta.
Si la pobreza es dañina y engendra toda suerte de males, la riqueza lo hace también. La familia de esta joven no era pobre. Sus padres ganaban, entre los dos, unos doscientos mil dólares anuales. Ella vivía rodeada de lujo y de comodidades. Asistía al mejor de los colegios. Disponía de todos los aparatos electrónicos que se habían inventado para el hogar.
¿Por qué, entonces, fue a parar a una cárcel? Porque los ricos tienen sus miserias, al igual que los pobres. Una de ellas es el abandono que sufren los hijos por los padres que se dedican a sus negocios y compromisos sociales.
Cuando los jovencitos se dan cuenta de que para sus padres ellos son un estorbo, una carga -si no económica, por lo menos de tiempo y de conciencia-, entonces se resienten, se rebelan, se desesperan y se meten en cualquier vicio de los muchos que abundan en el mundo.
No basta con darles a los hijos buena ropa, buena comida, juguetes, educación y diversiones. Ninguna de esas cosas toma el lugar del amor del padre o del cariño de la madre. Un niño puede estar rodeado de televisores, equipos de sonido, discos compactos, bicicletas y hasta autos propios, y sin embargo sentirse infeliz.
Si la pobreza es propicia para criar cucarachas y ratones, la riqueza lo es para criar soledad y rebeldía. Un joven mexicano de dieciséis años que mató a un compañero en una pelea, dijo: "Mi padre me dio de todo, hasta juguetes de quinientos dólares de valor, pero nunca me preguntó: "¿Cómo te sientes?"
No tiene nada de malo darles a nuestros hijos todos los bienes materiales que podamos y que consideremos justos, pero ante todo debemos darles amor, cariño y la seguridad de que pueden contar con sus padres. También necesitan que les inculquemos el conocimiento de Dios y una experiencia personal con Él, que producirá en ellos un sentido de dignidad.