En los alrededores del Hospital Santo Tomás se aloja un hombre. Se caracteriza por su seriedad, buen humor, pero sobre todo, sus conocimientos del idioma inglés.
Gilberto Banester, de 57 años, se sienta desde hace dos semanas y media en el mismo lugar, bajo un árbol de mango, justo frente a unos estacionamientos donde día a día logra darle los buenos días, tardes y noches a los que por allí transitan.
Su historia, aunque un poco confusa, logra ablandar el corazón de algunos panameños, quienes le regalan dinero para que pueda comer.
PAGA UN ALTO PRECIO
En una tarde, donde el clima veraniego traicionaba con algunas lloviznas, Gilberto confesó a "Crítica" su controversial historia.
"Nací en San Miguel, y mi madre me llevó para Estados Unidos cuando tenía 17 años. Trabajé como mecánico durante 20 años, pero me botaron. Luego hacía trabajos libres", contó.
Asegura que sus problemas iniciaron cuando se volcó en "algo que no debió hacer". Prefirió no mencionarlo para olvidarse de ello. El gobierno de Estados Unidos lo privó de su libertad por ocho meses.
Este suceso dio inicio a nuevas tragedias: Migración lo agarró y lo volvió a meter al "bote", pero esta vez por cuatro años, ya que la embajada no permitió que lo deportaran a Panamá.
Banester no corrió con suerte, ya que al cambiar el gobierno de Estados Unidos y luego de 39 años de vivir allá, lo mandaron para su país natal, Panamá, donde no tiene familia, hogar ni mucho menos qué comer. Su familia no sabe que está acá, en su patria.