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Rendición para cualquiera

Hermano Pablo | Reverendo

La señora Betty Dobson, de San Francisco, California, presentó una solicitud para obtener un empleo como conductora de autobús escolar. Aunque la señora Dobson pasó bien todas las pruebas técnicas, su solicitud fue rechazada. La razón: la señora había recibido una condena por el delito de prostitución.

Betty Dobson apeló ante las autoridades. Valientemente dijo que sí, que era cierto. Años atrás, después que su marido la había abandonado, ella había tenido, y así lo expresó textualmente, "una breve e infeliz existencia de prostituta". Pero de esa caída moral se había levantado.

La había sostenido su fe en Dios. Había logrado zafarse del triste y vergonzoso comercio, y había hallado a otro hombre, bueno y noble, que la había comprendido y con el cual se había casado. Llevaba ahora varios años de vida ejemplar, y ella presentaba esos años de vida limpia como su capital moral para reclamar derecho a un trabajo digno.

Así como Betty Dobson, hay muchas otras "Magdalenas modernas". Esto nos consta a los que predicamos el Evangelio, ya que hemos visto muchos casos de salvación. Sabemos que Cristo puede cambiar radicalmente la vida de un ladrón, de un borracho, de un criminal, de un drogadicto, de una prostituta y de cualquier persona que ha caído en pecado.

Si así no fuera, no valdría la pena predicar el Evangelio ni anunciar en Cristo la completa redención para todo el género humano. Si Cristo hubiera sido el presidente del Consejo Escolar de San Francisco, Él habría aceptado a Betty Dobson como conductora de autobús escolar, porque cambia y transforma a las personas de sucias en limpias, de malas en buenas.

Todo hombre y toda mujer, cualquiera que sea su delito y su pecado, puede encontrar en Cristo el poder para una nueva vida. Cristo es el único poder que hay en el mundo para realizar esos milagros. Todo lo que necesitamos hacer es creer en Cristo de todo corazón, reconocer sinceramente nuestra necesidad espiritual, confesarle nuestro pecado, y descansar en sus brazos de amor. ¡Cristo hace lo demás!



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