No hay mayor satisfacción que el experimentar la paternidad como Dios la concibió y por la cual fuimos creados. Quienes nacen de nosotros nos miran y más aún nos juzgan, pero también nos necesitan, creen que somos los mejores del mundo y como hombres y mujeres responsables no podemos defraudarlos y marcarlos con el signo de la infelicidad.
La maternidad y la paternidad nunca debe ser el resultado de un mero acto sexual, y de serlo así, nos toca hacer frente a los deberes que ello conlleva.
No es justo traer niños al mundo y dejarlos sobre las espaldas de los abuelos, del Estado o de familiares y vecinos: Jesús enseñó que toda obra iniciada debe ser terminada.
Muchos padres y madres, equivocadamente, nos olvidamos de nuestros deberes creyendo que llenando los cuartos de juguetes, nintendos e internet, las neveras de comidas o contratando mucamas o sirvientes, nuestros hijos van a ser felices.
Así como se consume el kerosene en una lámpara dando luz, así debe ir consumiéndose la vida de los padres dando crianza y la vida exitosa apareciendo en el escenario de sus vidas. Para muchos padres y madres es más importante su felicidad, su libertad, sus espacios que la mera felicidad de sus vástagos, y mientras ello sea así, siempre habrá hogares destruidos, hijos abandonados, niños maltratados, confundidos, hijos mal formados, con traumas irreversibles, impreparados para la vida, con problemas de conducta, resentidos y desalentados de la existencia, y cuando las tempestades emocionales de los padres que apartaron a sus hijos y no los atendieron como Dios manda. Todos somos los arquitectos e ingenieros de nuestros destinos "Si extraje la hiel o la miel de las cosas, fue porque puse en ellas hiel o mieles sabrosas. Cuando planté rosales, siempre coseché rosas".
Que más gratificante para los padres y madres que ver realizada las vidas de sus hijos.