Abra la boca...Mire la luz...Respire profundo. Muy bien, ahora escúcheme: Usted debe tomar este medicamento tres veces al día y dos pastillas de aquello. Chao. ¡Siguiente paciente...!
La vida de los médicos es muy acelerada. Se viven sentimientos contrastados porque siempre se habla de vida o muerte. Si un paciente es operado de forma exitosa, hay alegría en todos porque el hombre podrá vivir unos años más, pero si no, habrá que preparar los oficios religiosos porque lo más seguro es que muera.
En este país existe gran cantidad de médicos excelente y muchos que prácticamente desearía trabajar por videoconferencia porque da la impresión que no quieren tener contacto con sus pacientes.
Una de las razones de que la gente piense así es que mientras revisan a sus enfermos nunca les preguntan nada en particular y sólo se limitan a pedirle que abran la boca o que respiren profundamente, además al final no se detienen a explicar en lenguaje claro qué es lo que padecen y de qué forma trabajará el medicamento en ellos.
Esta situación es muy penosa porque se da en su mayoría cuando se trata de personas que son atendidas en los hospitales públicos, como si la gente pobre no tuviera derecho a saber de qué van a morir.
En las clínicas privadas estos médicos se lucen explicando hasta con diapositivas o data show todo lo que el paciente está padeciendo. ¿Será que la diferencia de que el médico hable o no está en el dinero?
Si usted es de aquellos que no quiere interactuar con la gente por quienes juró, entonces no tiene nada que hacer en esta profesión, una de las más bellas porque se trata de curar o salvar vidas humanas.
Tenga presente que Dios desea que usted ame a su prójimo como a usted mismo, sin importar qué ropa de marca use o cuánto dinero tenga la persona. ¡Piénselo!