Al menos unos 500 niños, en su mayoría indígenas, han sido integrados a pesar de los problemas culturales dentro de los programas socioeducativos desarrollados dentro de las fincas cafetaleras, rescatándolos así del grave problema generado por el trabajo infantil.
Inicialmente durante el año 2001 cuando se arrancó el programa por parte de Casa Esperanza, las reacciones fueron muchas, lo que escasamente permitió integrar sólo cinco fincas que decidieron apoyar la iniciativa que hoy ha rendido frutos significativos, señaló Maritza Anderson, directora regional de la organización en Chiriquí.
De acuerdo a la Oficina Internacional del Trabajo (OIT), en nuestro país más de 70 mil niños y niñas son parte de las estadísticas del censo de trabajo infantil.
CAMBIOS
Los cambios han sido vastos en materia educativa, psicológica y nutricional, ya que los niños han ido cambiando los estilos de vida difíciles que presentaban a raíz de los problemas socioculturales que enfrentan las familias indígenas.
OTRAS ACTIVIDADES
En los programas además de educación, se incluyen actividades deportivas y de esparcimiento, en donde se involucra a los menores en otras actividades diferentes a las que estaban acostumbradas a realizar dentro de las fincas.
Dijo que la promoción ha sido mucha, hoy existen 18 productores integrados al programa, ya que de manera consciente y analizando las repercusiones que tiene el uso de la mano de obra infantil a nivel internacional, han tomado consciencia y se han ido sumando a la labor que ha cambiado estereotipos arraigados en esta población.
COLABORACION
Apuntó que los productores y los propios padres indígenas, están muy anuentes a colaborar, por eso están tratando de impulsar los programas en otros sectores como Veraguas y provincias centrales en donde el problema ahora se plantea en fincas de caña de azúcar, tomate, melón y otros rubros que están utilizando mano de obra infantil.
Anderson dijo que ahora las expectativas son otras, ya que con el correr de los años y los resultados positivos que se han adquirido se está tratando de implementar el uso de un “sello único”, para crear un distintivo que pueda garantizar que esa finca o área de producción, está libre de uso de mano laboral infantil.
AYUDA
Esto va a ayudar a los productores a que no sólo mejoren su imagen, sino también su comercialización toda vez que en los mercados internacionales, se toma muy en cuenta, el aspecto de la mano de obra infantil, en las áreas productivas.
Apuntó que en estos momentos están estructurando la reglamentación que establecerá esta designación, a la vez que indicó que están analizando que otro organismo va a entrar a regular e inspeccionar el cumplimiento y la garantía que este sello dará.
Señaló que a lo largo de estos cinco años aunque un poco difícil se ha visualizado el cambio de actitud.
CENTRO COMUNITARIO
Reconoció que aunque los programas se han triplicado, pues aparte del que se mantiene dentro de las mismas fincas, viendo la necesidad de mantener a los niños ocupados en actividades positivas, han establecido centro comunitario de atención permanente, en sectores como Boquete y dentro de la propia comarca Ngöbe Buglé.
Anderson, dijo que este trabajo no sólo compete a los caficultores y Casa Esperanza como entidad reguladora, sino a todas las partes involucradas en este sector, que deben con el correr del tiempo, ir promoviendo programas que ayuden a erradicar el problema.
Dijo que la mayor repercusión se daba por la deserción escolar, pues a escasos meses de culminar el periodo educativo, específicamente a inicios del mes de octubre cuando inicia regularmente la zafra, gran cantidad de menores abandonan sus escuelas, para ir en compañía de sus padres a trabajar a los cafetales.
CAPACIDAD
Dentro de la cultura indígena un niño de diez años es productivamente activo, pues tiene la capacidad de involucrarse dentro de las labores agrícolas, para ayudar a sus padres, los que reciben el dinero de las ganancias de la familia.
ESTEREOTIPOS
Pero, hoy parte de esos estereotipos culturales se han ido modificando y los padres están accediendo a enviar a sus niños a las escuelas o centro de atención en las fincas.
Pero esto no ha sido fácil, dijo la maestra Mónica Pitty, quien por más de dos años ha participado del programa, ya que indicó que han tenido que afrontar situaciones difíciles de niños que a avanzada edad no tenían los conocimientos básicos de educación (lectura y escritura).
Señaló que dentro de esta pequeña población han encontrado mucha desnutrición, problemas afectivos y por supuesto el de educación, por eso no sólo ayuda en materia de aprendizaje se les brinda a ellos, sino también social, para lograr ese cambio de manera integral.
Hoy son más de 500 niños los que estadísticamente han sido incluidos dentro de estos programas, sin embargo aún resta más por hacer para llegar a esos más de 50 mil niños que aún están distribuidos en todo el país dentro de este flagelo.