Un indonesio arrastrado a alta mar por el tsunami relató su extraordinaria odisea de dos semanas en una especie de cabaña flotante en el Océano Indico.
Cuando el lunes, un mercante encontró la extraña construcción sobre una especie de balsa de bambú a 200 millas naúticas (unos 370 km) de la isla de Sumatra, el capitán John Kennedy, originario de Nueva Zelanda, ordenó tocar la sirena, por si acaso.
"Pensé que había muy pocas posibilidades de encontrar a alguien vivo dos semanas después. Para nuestra sorpresa, apareció un hombre de aspecto endeble", relató el capitán cuando llegó al puerto malaisio de Port Klang.
El protagonista de la historia, Ari Frizal, de 22 años, originario de Desa Kabong, en la provincia de Aceh, relató que trabajaba en la construcción de una casa en Kota Aceh Jaya, cerca de la capital regional de Banda Aceh, cuando el tsunami arrasó la costa el 26 de diciembre.
"Dejé todo y comencé a correr hacia una colina. Me volví sin dar crédito a mis ojos. La ola se tragaba todo a su paso y en unos segundos me atrapó", dijo.
Sólo tuvo tiempo de aferrarse a una tabla antes de ser arrastrado al mar, en medio de los que ya estaban muertos y después de ver a cuatro de sus amigos desaparecer.
El segundo día en el mar, ubicó un pequeño sampán que se había volcado. Lo enderezó y a pesar de sus heridas en las piernas, pudo subir a bordo. Ese mismo día vio a un hombre que hacía señas pero fue incapaz de socorrerlo.
Con apenas un poco de agua de lluvia, se mantuvo a bordo del sampán hasta la mañana del quinto día, cuando encontró un balsa de pesca de unos diez metros de largo, con una cabaña.
"Pensé que sería rescatado. Nadé hasta la balsa y subí a bordo. Ahí me di cuenta que estaba vacía", agregó.
Pero en la embarcación había tres litros de agua en un pequeño recipiente, unos veinte litros de kerosene, lámparas y alguna ropa. Se instaló allí lo mejor que pudo, alimentándose de cocos que flotaban en el mar.
Comencé a tener alucinaciones y a sentirme deprimido. "Había perdido la esperanza de vivir", dijo el hombre.
Cuando llevaba ya quince días en el mar, el "MV Al Yamamah", el mercante liberiano que había zarpado de Omán, cruzó la ruta de la embarcación y se dio la pena de hacer sonar la sirena. El barco dio media vuelta y recogió al náufrago.