El mayor deseo del señor Yoshihara, japonés rico e influyente, era tocar en la orquesta imperial de su país, ante el emperador. El problema era que no tocaba ningún instrumento ni sabía una sola nota musical. Sin embargo, aunque no tenía talento musical, sí tenía dinero. Así que Yoshihara sobornó al director de la orquesta para que le diera un puesto entre sus músicos.
Antes del primer ensayo, el director le entregó una flauta y le dijo que cuando la música comenzara, levantara la flauta, frunciera los labios, moviera los dedos e imitara los movimientos de los otros flautistas; pero que no tocara ninguna nota para que no ocurriera un desastre. Yoshihara siguió las instrucciones y así, durante algunos meses, formó parte de la orquesta imperial.
La farsa duró hasta que otro director, que no sabía nada del arreglo, asumió la dirección de la orquesta. Lo primero que dispuso el nuevo director fue hacerle una prueba a cada integrante. Uno por uno fueron presentándose los miembros ante el director. Al llegarle el turno a Yoshihara, el impostor fingió estar enfermo.
Con razón dice el refrán: "No toca el que tiene ganas, sino el que sabe tocar." Porque el solo deseo de llegar a ser o hacer algo no garantiza de manera alguna que sucederá. A ese deseo lo tiene que acompañar el saber, es decir, el satisfacer los requisitos del caso.
En el caso de Yoshihara, si bien le faltaba conocimiento de la música en general y de la flauta en particular, por lo menos estaba consciente de su ignorancia. En cambio, en el caso de muchos en la actualidad que no tienen el conocimiento necesario para ser o hacer algo, también les falta reconocer que carecen de ese conocimiento. En vez de engañar a los demás, como el señor Yoshihara, se engañan a sí mismos.
Por ejemplo, hay quienes desean más que nada llegar al cielo para poder presentarse favorablemente ante Dios como miembros de la orquesta celestial. No tienen dinero de sobra, pero sí están convencidos de que van a llegar al cielo por las ganas que tienen de hacerlo. Ignoran que necesitan cumplir con ciertos requisitos divinos, tales como tener una relación íntima con Dios, habiendo reconocido a su Hijo Jesucristo como Señor y Salvador. Más vale que se desengañen cuanto antes, no sea que, cuando les toque presentarse ante Dios, Él les diga: "Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí!" Porque, como dijo Jesucristo mismo: "No todo el que me dice: "Señor, Señor", entrará en el reino de los cielos.
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