El interior de Panamá guarda un encanto especial. Me gusta caminar por sus calles tranquilas.
En las comunidades de provincia no se escucha el agitado tránsito. La marea del incesante ruido y menos existen los tranques.
Son pueblos bonitos que aún mantienen esa atmósfera. El embrujo de lo cotidiano. A pesar que sitios como David y Santiago tienen un poco de aire a ciudad grande.
De allí será el encanto que los extranjeros sienten por esta tierra mezcla de cosmopolita y tradiciones-encuentro de múltiples razas-que es nuestro país.
Conservar ese aire de nuevo mundo hecho a retazos de ideas distintas es una tarea apreciable, pero que pocos parecen entender. En el orden del día están registradas las onerosas sumas que pagan los turistas por un pedazo del terruño o del cielo.
Ellos pagan por el silencio y la comodidad.
Mientras la rebatiña por el impuesto es la mancha en el inmenso océano.
Sueñan estar al volante de un auto nuevo o lujoso. Lejos de la agitación, deseando estar en medio de una calle pavimentada y tranquila por la cual deslizar el último modelo para asombro de los caminantes. Tal si fuera una elegante pasarela.
Pensando por cierto en resguardar su costosa inversión de un seguro choque. Suena iluso y hasta en broma, pero así es en un pueblo bonito. El riesgo ante el peligro es menor.
Poco gratificante es que el crecimiento de un pueblo se haga sin control, como un barco a la deriva. Más lastimoso es que los marchantes ambiciosos se olviden de aquellos con los cuales deben convivir los que nos "visitan" o sea nosotros, los de siempre.
Un pueblo bonito no es sólo un lugar agradable, es un sitio organizado donde se puede comer desde un buen pescado a un costo razonable y comprar gasolina a un precio aceptable. Es donde todavía existe la historia patria.
Esperamos que el turismo no acabe con los pueblos bonitos como Boquete y Bocas del Toro.