Por aquellos lejanos días, cuando la insigne poetisa Amelia Denis De Icaza, escribiera su poema al Cerro Ancón y mencionara en una de sus estrofas el nombre Chorrillo, nunca imaginó que su vena poética inspirada en un arroyuelo que caía desde una montaña, serviría para bautizar en las cercanías a uno de los barrios populares de la ciudad de Panamá, sobre el cual parece pesar una mala sombra y un destino incierto signado por la tragedia y el dolor.
Después de vivir por muchos años en Nicaragua, doña Amelia Denis de Icaza regresó en 1906 a Panamá, en momentos en que las obras del canal estaban en pleno apogeo, lo que causó en su corazón de mujer sensible y amante de su terruño patrio, un hálito de melancolía y oscuros presagios.
Ochenta y tres años después el ejército norteamericano bombardeó el barrio poblado en su mayoría por viejos caserones de madera insalubres que terminaron en cenizas y su población hacinada posteriormente en albergues en el campo de Albrook Field.
Pero el calvario de El Chorrillo no terminó entre las llamas del 20 de diciembre de 1989, ya que, reconstruida la infraestructura física, otro flagelo comenzó a azotar a la población con la llegada de las temidas pandillas.
El caldo social que dio origen a estos grupos juveniles arrastrados al delito comenzó a fermentarse inmediatamente después de la vuelta de la población a sus lugares de origen, en un ambiente de democracia y con ciertas libertades.
Los niños nacidos entre 1989 y 1994 tienen ahora entre 12 y 17 años, un segmento de la población en el que han encontrado eco el crimen organizado, la violencia callejera y el uso de armas con fines delictivos.
Lo cierto es que nunca hubo un plan de estado para prevenir el surgimiento del fenómeno social que tanta sangre ha hecho correr en esas colectividades, demostrado por el incremento de los crímenes suscitados al calor de la guerra entre pandillas.
Hay que evitar que El Chorrillo vuelva a ser un barrio mártir.
