Jesús, luz del mundo Leer Juan 9, 1-41
La Cuaresma, que nos lleva a la celebración de la Santa Pascua, es para la Iglesia un tiempo litúrgico muy valioso e importante.
Para emprender seriamente el camino hacia la Pascua y prepararnos a celebrar la Resurrección del Señor -la fiesta más gozosa y solemne de todo el Año Litúrgico-, �qué puede haber de más adecuado que dejarnos guiar por la Palabra de Dios? Por esto la Iglesia, en los textos evangélicos de los domingos de Cuaresma, nos guía a un encuentro especialmente intenso con el Señor.
El domingo del ciego de nacimiento presenta a Cristo como luz del mundo. El Evangelio nos interpela a cada uno de nosotros: ��Tú crees en el Hijo del hombre?�. �Creo, Señor� (Jn 9,35.38), afirma con alegría el ciego de nacimiento, dando voz a todo creyente.
El milagro de la curación es el signo de que Cristo, junto con la vista, quiere abrir nuestra mirada interior, para que nuestra fe sea cada vez más profunda y podamos reconocer en él a nuestro único Salvador.
�l ilumina todas las oscuridades de la vida y lleva al hombre a vivir como �hijo de la luz�.
En todo el período cuaresmal, la Iglesia nos ofrece con particular abundancia la Palabra de Dios. Meditándola e interiorizándola para vivirla diariamente, aprendemos una forma preciosa e insustituible de oración, porque la escucha atenta de Dios, que sigue hablando a nuestro corazón, alimenta el camino de fe que iniciamos en el día del Bautismo.
En la oración encontramos tiempo para Dios, para conocer que �sus palabras no pasarán� (cf. Mc 13,31), para entrar en la íntima comunión con él que �nadie podrá quitarnos� (cf. Jn 16,22) y que nos abre a la esperanza que no falla, a la vida eterna.