El pasado sábado, mientras los panameños lamentábamos la derrota de nuestro boxeador "El Maestrito" Córdoba contra Bernard Dunne en Dublín, comenzaron a surgir toda una serie de bochinches y rumores infundados sobre la supuesta muerte de nuestro ahora ex campeón.
Claro, era de preocuparse que 10 minutos después de que lo hubieran noqueado, Córdoba aún no se incorporaba, que los propios irlandeses que celebraban la victoria de Dunne habían enmudecido por temor a que el panameño hubiese sufrido algún daño serio, y que incluso el mismo Dunne comenzara a rezar en su esquina por "El Maestrito".
Sólo podemos imaginar lo que sintió su familia cuando era sacado en camilla el equipo médico en el gimnasio. Hubo un vacío de información sobre Córdoba durante varios minutos luego de que viésemos esas últimas imágenes en la transmisión vía satélite. Y eso agregó a la incertidumbre de todo un país.
Entonces, comenzaron las llamadas telefónicas, los mensajes por Internet y los comentarios en las esquinas: "Mataron al maestrito". Acá en Crítica recibimos una avalancha de telefonazos pidiendo que confirmáramos su muerte.
Probablemente, el bochinche salió de múltiples mentes morbosas al mismo tiempo. El asunto es que aún ayer lunes había gente especulando sobre si el boxeador había quedado en coma, o si más nunca podría volver a pelear. Hasta recibimos llamadas de un par de necios -o desubicados- preguntando por la muerte del Maestrito.
Afortunadamente para todos, el hombre se ha recuperado, ha dado declaraciones, y lo único que queda por lamentar es la pérdida de un título mundial y la falta de consideración de muchos que "mataron" al Maestrito sin tener la más mínima información que lo sustentase.
Ahí está el detalle de los bochinches. Cuando especulamos, y difundimos nuestras especulaciones a quien se nos ponga enfrente, podemos acabar con reputaciones, dañar una relación, causar una pelea, o meternos en tremendo problema.
Cuando una información llega a nosotros, no tenemos que creerla a pie puntillas. Hay que corroborarlo con fuentes autorizadas, cuestionar, comparar versiones, verificar la información y luego estaremos en condiciones de emitir un juicio sobre ella y retransmitirla.
Todos conocemos el juego del telefonito. Sabemos cómo comienza el cuento, pero nadie sabe cómo termina. Mucho cuidado antes de repetir como loros algo que alguien nos contó.