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Sin embargo, no me importa con la desgracia ajena

Redacción | Crítica en Línea

Después de ver la espantosa realidad que están viviendo los haitianos en estos momentos, daba verg�enza cuando los canales de televisión hacían pases hacia el centro de acopio en el Parque Omar para entregar ayuda material a los damnificados, y ver que de a vaina se había donado un par de latas de tuna.

Lo que sucede en Haití no es para minimizar. Probablemente se trate de la peor catástrofe natural de este siglo, después del Tsunami de Asia en diciembre de 2004, si nos referimos a pérdida de vidas.

La situación es tan caótica y desesperante que ni siquiera el país está en posición de contar sus muertos de manera formal. Las estimaciones son de entre 50 mil y 100 mil cadáveres, tal vez más. Pero lo seguro es que nunca sabremos la cifra con exactitud. Se habla de que el 50 por ciento de la población en la capital Puerto Príncipe ha perdido sus hogares, o se resisten a regresar a ellos por temor a más réplicas. Tomando en cuenta que el propio palacio presidencial de Haití, así como la mayoría de sus hospitales quedaron destruidos, y que los estándares de construcción de vivienda en esa nación son muy bajos, esta estimación no resulta exagerada.

Las calles de Puerto Príncipe y otras ciudades están repletas de cadáveres, moribundos y heridos, y a cuatro días del terremoto, el hedor a muerte debe ser avasallante. Un país que ya estaba pasando el Niágara en bicicleta es ahora un verdadero infierno.

Tal tragedia merece una respuesta contundente y solidaria de los habitantes de todos los países de América. Todo debemos apoyar en lo que podamos: alimentos secos o enlatados, colchones, sábanas y demás enseres.

Recordemos que hoy le está tocando a los haitianos, pero mañana la catástrofe puede tocar las puertas de cualquiera de nosotros. Los panameños hemos sido en extremo afortunados en el trato que la naturaleza ha tenido con este terruño. Pero eso puede cambiar en cualquier momento. El hecho de que no se ha producido terremotos importantes en la ciudad capital en la historia reciente no significa que somos inmunes a ellos. Recordemos que en 1991 un temblor azotó Bocas del Toro.

Ni Dios lo quiera, pero si algo como lo que les acaba de pasar por encima a los haitianos nos llegara a los panameños; si estuviésemos atrapados en las ruinas de un edificio; o deambulando heridos y desorientados por las calles; o llorando ante los restos de familiares muertos, definitivamente que también querríamos que nuestros hermanos del continente nos tendieran la mano.




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