Con la llegada de la Navidad, época de armonía y paz, no puede ser más oportuno y necesario para los hombres, que el querer enmendar todas las discrepancias y adversidades surgidas entre prójimos y humanos.
En ese sentido, el nacimiento de Jesús, en un humilde pesebre debe ser motivo para una reflexión y meditación que nos lleve a esa conversión espiritual renovadora, que engendra un corazón reedificado, que ilumina un espíritu y un alma reestablecida y afirmada sobre los postulados del amor, de la piedad, de la comprensión y del perdón.
Jesús es el Camino, es la Luz, es la Verdad, y por tal es la Vida; la vida que todos queremos y podemos tener, es la luz que ilumina una vida que dan ganar de vivirla, que se siente, se aprecia y se contempla cuando vemos reír a los niños, cuando vemos a una familia cenando y orando unida, cuando vemos a las parejas, tanto jóvenes como ancianos, caminar agarrados de manos; cuando escuchamos los sonidos de la naturaleza, cuando vemos la inmensidad del cielo, nos dan luces del amor, de la paz y la armonía que debe profesarse, justamente, en Navidad.
Si vamos a regalar algo, que simboliza el regalo que los reyes ofrecieron al humilde Rey, demos el regalo más valioso y más económico: regalemos AMOR, regalemos PAZ, regalemos PERDÓN, regalemos nuestra SALVACIÓN.
Cuando seguimos esa luz, nos igualamos al Hijo del Hombre, en compartimientos, y lo imitamos, estamos dando el mejor paso, estamos aceptando y aprovechando la dolorosa misión y el abnegado trabajo que Jesús vino a hacer en la tierra y que finiquitó cuando derramó toda su sangre en la Cruz, para lavarnos del pecado original, para darnos el mensaje que aceptándolo y no volviendo a pecar, podemos redimirnos de las cargas que nos dejan nuestras malas acciones, nuestros comportamientos inadecuados que lastiman y hieren los sentimientos de los demás seres humanos. Jesús con su ejemplo lleva nuestra carga, nuestros problemas.