Me daba cuenta que venía la Navidad, cuando veía a los vecinos antillanos botar los linóleos viejos.Era una costumbre de ellos renovar sus viviendas, para recibir la Navidad con un hogar arreglado y mejorado.
En la Calle Primera, Parque Lefevre, hace sesenta años existían tradiciones entre algunos vecinos.
Por ejemplo, los Young-Winter hacían pastel ("cake") de Navidad. Era una labor que necesitaba meses de preparación. Las frutas, semanas antes, las metían en licor.
Mi madre hacía un ron ponche con "poco licor". Se repartían botellas en el vecindario.
También se repartían frutas y algunos regalitos. Por lo general, había buen ambiente en el barrio, aunque uno que otro vecino hubiese tenido molestias por cuestiones relacionadas con vivir al lado del otro.
Las casas tenían patio, donde criaban gallinas y otros animales de consumo. También se sembraban frutas diversas. Al ser numerosa la cosecha, se repartía con los vecinos.
Cuando llegaba la Navidad los chiquillos desde temprano iban al árbol navideño para ver qué les había traído el Niño Dios y Santa Claus.
A veces, sin desayunarnos ni bañarnos, los niños recorríamos la calle diciéndoles a los amiguitos los regalos recibidos.
Las diferencias de sexo estaban bien definidas en los juguetes. Las niñas recibían juegos de té y muñecas.
Fue algo especial cuando aparecieron las muñecas "que orinaban". A algunas madres conservadoras eso no les gustó mucho.
Los niños llenaban el ambiente con el ruido de los revólveres de papelillo. Se añadían los gritos de contentos por las bicicletas, los patines y escúteres, que recorrían la calle.
Por suerte no circulaban muchos automóviles en esa época y los niños disfrutaban su Navidad en la calle.
Al atardecer se podía ver algunas madres recorriendo el barrio, para recoger los juguetes que sus hijos dejaron con los amiguitos.
Ahora, las cosas han cambiado en la Calle Primera, Parque Lefevre, y el resto del país. Existe mucha maldad y poco respeto por los niños en las calles.
Los padres prefieren que sus hijos jueguen dentro de las viviendas.
Cuando recorro esa calle todos los años en Navidad, me hace falta los gritos de felicidad de los amiguitos...