MENSAJE
Cincuenta y tres hombres más

Hermano Pablo
Los mineros bajaban silenciosos al vientre de la tierra. Se trataba de la mina de carbón de Secunda, África del Sur. Cada uno iba pensando en su hogar, en su esposa, en sus hijos. Y a ciento cincuenta metros de profundidad, en el fondo de la mina, comenzaron su trabajo. Ningún minero, cuando baja a la mina, piensa en una catástrofe. Para él no es más que un día más de calor, de sudor y de polvo. Pero como es frecuente que ocurra, ese día se produjo una explosión masiva de gas. Veinticinco hombres murieron en el acto, muchos fueron heridos y otros veintiocho nunca fueron hallados. Esa explosión, ocurrida recientemente en África del Sur, confirmó una vez más el dicho del minero: «Por cada milla, un hombre». El trabajo de los mineros es, sin duda, uno de los más arriesgados. El minero nunca sabe cuándo se producirá una explosión. Esta golpea con saña y sin aviso, y desata la fuerza que está dormida en el fondo del abismo. «Por cada milla, un hombre» es el proverbio ominoso de los mineros. Cada milla de galería cavada cobra el precio de la vida de un hombre, y la sangre roja del minero va mezclándose con el polvo negro de la galería de carbón. Cada noticia de explosión en alguna mina nos deja sobresaltados, pero ¿no podríamos decir lo mismo de cada vicio destructivo que hay en nuestra sociedad? Si cada milla de galería subterránea se cava al costo de una vida humana, ¿cuántas vidas hay que pagar por una milla de bares y cantinas? ¿Cuántas conciencias se queman en una milla de casinos? ¿Cuántos jóvenes se hunden en una milla de ventas de drogas? ¿Cuántos matrimonios naufragan en una milla de prostíbulos? Más vidas son destruidas por el licor, por la droga y por la prostitución que por cavar galerías en el vientre de la tierra. ¿Qué necesita el hombre para librarse de esta destrucción? Necesita normas. Normas que no nacen del hombre mismo, pero que han sido dadas al hombre por el divino Creador. Esas normas están en el mundo. Nuestros problemas son consecuencia de quebrantar esas leyes morales de Dios. ¿Qué hacer? Regresar a Dios. Buscar al Señor Jesús en sumisa humildad. Él puede cambiar totalmente el rumbo de nuestra vida. Sólo tenemos que buscar su ayuda. Él, desde el momento en que invocamos su Nombre, nos dará paz y salvación. Busquemos a Dios como quien busca la vida misma. Dios nos espera.
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