El asesinato de seis personas en el principal puerto colombiano sobre el Pacífico, y un atentado este domingo con una carreta bomba, se suma a una lista que deja este año en Buenaventura más de 300 muertos, y cuyo trasfondo es la guerra por hacerse con el control de manglares por donde sale la cocaína
Vista de un barrio pobre de Buenaventura, el principal puerto del Pacífico colombiano, donde la guerra por el control de la ruta cocainera ha causado más de 300 muertos durante el año.
Hacia el mediodía del domingo cuatro infantes de marina, un policía y un civil resultaron heridos al explotar una carreta bomba, que transportaba mangos, en el puente del Piñal, que comunica la zona continental con la insular del puerto sobre el Pacífico.
El sábado, y mientras un equipo de la AFP realizaba una visita por barriadas que están bajo control de grupos armados ilegales, fueron asesinadas a tiros seis personas --entre ellas un niño de seis años-- en un hecho que las autoridades atribuyeron a “vendettas entre delincuentes”.
Con esas víctimas, según cifras del Observatorio del Delito, suministradas por el alcalde Saulo Quiñónez, los muertos en esta ciudad (560 km al suroeste de Bogotá) se elevan a 305 en lo que va de 2006, lo que implica una tasa de homicidios de 100 personas por cada 100 mil habitantes.
Entre tanto, el comandante de la Brigada Naval de la región, coronel Héctor Pachón, asegura que los asesinados son 229 este año.
Según un funcionario de la alcaldía, las estadísticas (de muertes) se quedan cortas porque en ocasiones, dice, “se llevan a los muchachos mar adentro y los desaparecen mientras sus familias no saben si están llevando cocaína, se fueron de polizones, o no denuncian el hecho por temor a las represalias”.
Tanto las autoridades como líderes y habitantes de las barriadas, coinciden en que la ola de violencia está relacionada con el narcotráfico, en especial con el control que sobre rutas y sitios estratégicos para la salida de la cocaína pretenden hacer bandas al servicio del narco Wilber Varela, alias “Jabón”.
“Aquí las FARC pensaron que con la desmovilización de los paramilitares se iban a apoderar de los barrios donde se esconde la droga y de los numerosos manglares por donde se saca la cocaína hacia mar adentro, pero los ‘paras’ abandonaron la ideología, pero no el negocio”, dice Batista, líder cívico.
“Aquí todo el mundo ‘come callao’ (boca cerrada) pero los barrios (deprimidos, ubicados sobre la orilla del Pacífico) se han convertido en centros de acopio de la droga que es llevada hacia los manglares para luego ser transportada desde allí a mar adentro donde están los grandes buques”, añade.
Los muertos, añade a su turno otra temerosa habitante de la comuna 3 --la más violenta-- “son muchachos que se dejaron tentar por otros grupos que les ofrecen más dinero o que recién terminaron un ‘trabajo’ con drogas y que no conviene (a los narcotraficantes) que estén por ahí contando cosas”.
La mayoría de víctimas son jóvenes de raza negra que no superan los 30 años, y que hacen parte del 60% de la población que está desempleada. Habitan palafitos (viviendas de estacas sobre el mar).