El término prójimo no consiste únicamente en la familia; creen algunos que tomar en el estrecho círculo de amigos y conocidos, de modo que el resto de nuestros semejantes (parecidos...) es para ellos como si no existiese.
No es así como se debe pensar, sino por el contrario, estamos obligados a amar a todos nuestros semejantes, sin distingo de clase ni de categoría.
La felicidad a la palabra imprimida, la probidad en todos los actos, el respecto a los bienes ajenos han de ser siempre nuestras relevantes cualidades para con todos, nacionales o extranjeros, pues hay razón para que dejemos de ser necios, infieles, con el que ha nacido y vive fuera de nuestra patria.
Concedamos la libertad y seremos libres; demos ejemplos de orden y andaremos ordenados; practiquemos la justicia con los demás y ella nos alcanzará a nosotros; demos y recibiremos; consolemos al pobre y con ello tendremos consuelo; respetamos la riqueza y seremos ricos; amemos y todos nos amarán.
Obremos bien con todos y así en nuestra patria como en el extranjero suelo, procuremos que al dirigirnos al pobre, al rico, al joven, al anciano, al débil, al fuerte, al robusto y al enfermo, todos sin distinción de clases, ni país, nos reciban ¡bien venidos! ¡bien venidos! Qué ante la mezcla de colores de la piel no se tolere la discriminación de toda índole.
Disminuir hasta donde sea posible la miseria; el odio, la intriga, la cizaña, la cepillería, la adulación... tremendos flagelos de la vida social y cultural. Combatirlos es cumplir el fundamental deber de la lucha cristiana impuesta para nuestra religión y que termina con el precepto divino del "amor" al prójimo. Jesús Nuestro, hijo de Dios Padre, dadnos humildad, paciencia, comprensión, gratitud, amor, amor porque si llegamos a amarte de veras, todas las virtudes vendrán en pos del amor.