MENSAJE
Fotografías de la muerte

Hermano Pablo
Lee Dong Shik, fotógrafo de Seúl, Corea, apuntó su cámara y disparó. Satisfecho con la toma, tomó una foto desde otro ángulo. Satisfecho nuevamente con la toma, se subió a un tronco de árbol para tomar una foto desde arriba. Así, por varios minutos, fue tomando fotografía tras fotografía. De arriba, de abajo, con filtro, sin filtro, con velocidad de 125, de 500, de 60, con flash y sin flash. Casi acabado el rollo, se dio finalmente por muy satisfecho. Le parecieron las mejores fotografías de su vida. Sin embargo, Lee Dong Shik había estado fotografiando a su propia novia mientras se retorcía en las agonías de la muerte por el veneno que él mismo le había dado. El juez que intervino en el caso y condenó a muerte a Lee, dijo lacónicamente: «No hay razón alguna que pueda justificar este hecho.» «No hay razón alguna», concluyó el juez. Ninguna razón para que un hombre envenene a su novia sólo para fotografiar los momentos de su muerte. Ninguna razón, ni artística, ni comercial, ni filosófica ni psicológica. Ninguna razón, en absoluto, desde cualquier ángulo que se le mire, para justificar este hecho digno de Nerón, que incendió a Roma sólo para tocar la lira al contemplar las llamas. Tampoco hay ninguna razón, de valor absoluto, que justifique cualquier otra mala acción de los hombres. No hay razón para justificar el adulterio. No hay razón para justificar la mentira, la estafa, la avaricia, la maledicencia, el odio o la venganza. No hay ninguna razón para justificar ningún pecado, precisamente porque el pecado es lo más irracional que existe. Dios no ha justificado nunca, por ninguna razón, ningún pecado. Ni nunca lo hará, porque el día que lo hiciera dejaría de ser Dios. No obstante, si bien no puede, por ninguna razón, justificar el pecado, Dios sí puede, por su soberana voluntad y gracia, justificar al pecador. Así lo enseña el apóstol Pablo con claridad meridiana al citar el siguiente Salmo que dice: «¡Dichosos aquellos a quienes se les perdonan las transgresiones y se les cubren los pecados! ¡Dichoso aquel cuyo pecado el Señor no tomará en cuenta!» (Romanos 4:7-8). Dios no justifica el pecado, pero sí justifica al pecador, porque Cristo ya pagó con su sangre la culpa de toda la humanidad perdida.
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