Hoy quiero referirme a las madres; no a las que dan a luz por el simple hecho natural sino a las que en realidad se sacrifican por sus hijos, a las que no duermen, a las que luchan a diario solas contra las adversidades buscando el sustento de sus vástagos, las que se sientan con ellos después de un arduo día de trabajo mal remunerado para corregir las tareas y estudiar con sus hijos.
A las que tienen tiempo para orar y para reconocerles sus méritos a sus hijos., a las que forman mujeres y hombres preparados, honestos, responsables e independientes. A esas madres que se empeñan a graduar a sus hijos de la universidad, a esas que están solas y no se venden, que el trabajo no les pesa, a esas que son como hormiguitas que no se cansan y que no piensan en ellas ni en sus libertades ni amoríos porque solamente velan por el bienestar de sus hijos.
Hoy 8 de diciembre quiero reconocer el sitial que se merece toda buena y abnegada madre panameña, adornada de pobreza, con aromas de sudor por el pan bien ganado, amantes, comprensivas, que corrigen sin maltratar, que no ofenden con palabras grotescas a sus hijos, que no apartan a sus hijos de sus padres y no les siembre odios en sus inocentes oídos, pacientes, luchadoras, valientes, emprendedoras, optimistas, alegres, creativas y agradecidas, leales, honorables, hacendosas y dispuestas siempre a la formación moral, espiritual, cívica y ética de sus menores.
A todas esas madres me quiero referir; a las que ven con el corazón y no con la razón, a las que mantienen la fidelidad, que practican los mandamientos, que les enseñan a sus hijos como orar y rezar, a ser buenos, sinceros, a ser honestos y a decir la verdad, a no ser envidiosos ni egoístas. A esas madres que forman hombres puros, amorosos, que los enseñan a ser buenos padres y buenos hijos.
Porque Dios creo a la mujer de una costilla del hombre y no de la cabeza para que estuviera por encima de él ni de los pies para que fuera pisada por él, sino de un costado cerca del corazón para que fuera protegida y amada por el. Y de allí que a cada ser viviente le dio su pareja para que a través del matrimonio se jurasen amor y lealtad, en la pobreza y en la abundancia, a que juntos volasen, apoyado en cada ala, que como ángeles hijos de él, tenemos.
Me quiero referir a las madres olvidadas, a las de cabellos canos, a las que viven en los ranchitos de pisos de tierra que no conocen la capital, que solo comen plátanos cuadrados, a esas madres que ven morir a sus hijos por no poder pagar las medicinas para curarlos. Hoy, madrecitas de mi país, quiero felicitarlas y que Dios le de toda la bendición que se merecen.