En esta vida, todo debe hacerse en su justa medida, y a cada quien hay que darle su lugar, sin darle mayor o menor dimensión de la que se merece.
Todo hombre o mujer que tenga sangre en las venas ama a su madre. Pero algunos somos más apegados a ella que otros. En este sentido, cuando nos toca a nosotros comenzar nuestra propia familia, definitivamente que se da un nivel de distanciamiento físico de nuestras madres. Tenemos nuevas responsabilidades que en mayor o menor medida reducen el tiempo que podemos pasar con nuestras madres.
La mayoría de ellas no se quejan por esto, porque aunque les duele nuestra ausencia, se alegran por nuestra nueva situación de cabezas de familia, y nos dan siempre su apoyo 100%.
Es por eso, que hasta donde nos sea posible y prudente, debemos hacer a nuestras madres partícipes de la felicidad de nuestros hogares recién formados. Hay que visitarla, presentarle a nuestros hijos y procurar que estos frecuenten y desarrollen el cariño hacia sus abuelas maternas y paternas.
Tampoco es que la madre debe inmiscuirse en las decisiones de la nueva familia, ni dar órdenes a los yernos; pero sí es saludable para toda la familia que haya contacto frecuente e integración, para que los abuelos no se sientan marginados.
Además, nuestras madres pueden darnos excelentes consejos sobre cómo manejarnos como padres, lidiar con las peleas entre cónyuges y educar a los hijos.
Muchos de los que crecimos en el interior de la República y llegamos a la ciudad capital de adultos, quedamos lejos de nuestras madres. En este caso, las visitas los fines de semana ayudan a mantener el vínculo.
No nos olvidemos de las madres, ya que de no ser por ellas, no estaríamos formando nuestro propio nido.