A pesar de vivir en barriada, no tengo una casa, es decir, no tengo a donde ir cuando cae la noche... ni siquiera sé mi nombre porque nadie me llama, y cuando van a dirigirse a mí me gritan: ¡zápe de aquí, perro sarnoso!
Sin embargo, y para que de ahora en adelante me puedan llamar, me pondré por nombre, "ZAPE".
Y, sí... verdad, tengo sarna, y pulgas y garrapatas... pero también tengo hambre... una hambre vieja que a veces calmo con los desperdicios que rebusco dentro del pequeño vertedero de basura que hay en la vecindad.
De vez en cuando, acompaño a mis amigos que van detrás de una hembra -igual de sarnosa como yo- para ver si también tengo oportunidad de "hacer mi monta"... el problema en situaciones como estas es que hay otros perros mejor alimentados que yo, y no me dejan ni "oler" eso a que todos los perros le tenemos ganas y buscamos nuestro turno.
Una vez un bus me quebró la pata izquierda trasera -cojeo- porque por tratar de arrancar "algo hediondo" que había pegado en la carretera, no me di cuenta que el bus se me venía encima, y como esos buseros no gustan de los perros, por poco "pelo el bollo".
Como perros callejeros que somos, sólo estamos esperando que llegue diciembre, que es cuando la gente bota buco de comida, y es cuando se me desaparece la sarna y comienzo a "empelecharme".
Que, ¿cómo se llaman mis amos? ¡Que sé yo! Lo cierto es que me debo a la comunidad que aunque me tiran agua caliente, de vez en cuando dejan caer algún huesito, algún concolón, y hasta sebos viejos de la carne que se comen.
Yo. ZAPE, me despido de ustedes y de este mi perro mundo, porque ya no aguanto más y... ¡me voy con el bus ese que viene allí...! (debajo de sus ruedas, tonto, no como pasajero).
Este espacio se lo cedí a ZAPE porque el pobre perro ya no me dejaba en paz... ¡Au Revoir!