El hombre es el único responsable del hambre en el mundo. El ser humano cosecha, caza, pesca, cría y fabrica anualmente tal cantidad de alimentos que servirían para que nadie en el planeta pasara hambre. La población podría duplicar su número, y aún así, habría comida para todos, si esta se distribuyese de manera justa.
No obstante, la cifra actual de seres humanos hambrientos roza los 1.000 millones, más del 15% de la población mundial. El acceso a la alimentación es un derecho fundamental del hombre. Si se ve vulnerado por la acción o gestión de cualquier Estado, empresa multinacional, organización, o persona particular, el causante de dicha vulneración debe pagar por los efectos de su irresponsabilidad o de su avaricia.
No tienen lugar "malas cosechas" que puedan poner en riesgo, a nivel global, el derecho a la alimentación. Excusas como ésta son derribadas con datos cuantitativos. Pese a la excepcional cosecha del año 2007, el precio de los alimentos se elevó un 52%.
Esta relación directa, entre la cantidad de comida producida y su valor en el mercado, crea una contradicción en una de las leyes sobre las que se sustenta el sistema capitalista: la de la oferta y la demanda. La comida ha pasado a ser, al igual que el petróleo, un bien con el que se especula en las bolsas. África no pasaba hambre cuando su agricultura era de subsistencia. El paso obligado que hubo de dar hacia la exportación hizo que las familias dejaran de tener para comer.
Los habitantes de los países enriquecidos consumen un 40% más de las calorías necesarias para vivir, pero en los países empobrecidos se consume un 10% menos del mínimo. Mientras tanto, los países de la Unión Europea dedicaron 2,5 billones de euros para salvar a los bancos. Con un 0,64% al año de esa cantidad se evitaría la muerte diaria de 25.000 personas por inanición.
Una vez más ha quedado patente el acierto de Gandhi cuando afirmó: "en el mundo hay bastante para satisfacer las necesidades de todos, pero no para saciar la codicia de unos pocos". [email protected]