EDITORIAL
Errores históricos
Desde hace cinco mil años quedó demostrado que en la selva que es el mundo manda el más fuerte, bajo cuyas demoledoras pisadas el más débil está condenado a desaparecer. Curiosamente el cavernícola, aquel que sometió a las fieras con sus puños y sus armas rudimentarias, que conquistó el fuego y labró armas con piedras y palos, sucumbió ante un hombre no más poderoso físicamente, sino mejor dotado por una capacidad fascinante: la razón.
Pensar. Esa acción aparentemente sencilla fue la ventaja que nos separó de las bestias, y nos colocó sobre los otros seres creados. Lastimosamente, la historia se llenó de anécdotas y traspiés de aquellos hombres y mujeres que pensaron que la fuerza física, el miedo y la amenaza están por encima del intelecto.
Abundan los testimonios de ese gentío que intentó imponer por la fuerza sus ideas y sus reinos. Desde Egipto, Babilonia, Roma, los otomanos, Inglaterra, Alemania, la Unión Soviética, China, Japón, hasta el Estados Unidos de hoy, todos creyeron y creen que se pueden destruir las ideas, que con empujones y gritos -y desapariciones- pueden acallar la razón y el intelecto de la gente.
Todo pasa: esa es la otra verdad probada hace miles de años. Nada perdura para siempre. Tarde o temprano, las estructuras caen. Buenas y malas, pero también es cierto que más han sobrevivido aquéllas que han sustentado sus postulados sobre la justicia y la verdad.
Entonces, ¿Por qué todavía hay gente que piensa que puede imponer sus ideas y sus estilos, contra la decisión de los demás, si se ha demostrado hasta el colmo a lo largo de miles de años de vida humana, que la razón es la única fuerza que se impone?
Quienes en Panamá están haciendo malabares para mantenerse con el control económico y político; quienes han abusado de su fuerza y sus canonjías, en contra de las grandes mayorías, quienes han golpeado, encarcelado y calumniado a otros más débiles, viven un engaño. Cometen el error histórico de creer que sus estructuras son eternas, y que los demás son incapaces de pensar.
Eso creyeron todos aquellos que fueron arrasados por el nivelador inclemente de los fastos y el pensamiento moderno. Cuando se despierten de ese tonto sueño, tal vez sea tarde. Ojalá no lo sea para el país entero, y se está rogando para que no se derrame sangre.
PUNTO CRITICO |
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