Domingo 25 de noviembre de 2001

 

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  OPINION

EDITORIAL
Oídos sordos

El pueblo panameño acude una vez más al bochornoso espectáculo de la política criolla, en el que hombres y mujeres de escasos quilates se juegan en una tonta rueda de la fortuna, el futuro de la patria. Aparecen estos señores y señoras de partidos como los micos simbólicos que representan al ciego, sordo y mudo, pero que en este caso confunden la prudencia con la indolencia fatal. Han desatendido las palabras de la Iglesia, que en su momento llamó a la unidad para construir un mejor país. Si acaso se ponen de acuerdo en algo, es para firmar su carta de vasallaje a los más mezquinos intereses particulares, dejando para el final de la lista, los propósitos nacionales.

Lastimosamente la gente de bien no llena los claros en las filas de la política, y se queda en su casa asqueada por lo que hacen "los profesionales" del gobierno y la oposición. El país parece flotar en una especie de interregno, donde la inoperancia es la norma gubernamental, mientras los opositores agitan las aguas para ver qué pescan.

Mientras, la nación panameña sucumbe. La pobreza y la crisis social y familiar consecuente, marcan con dolorosa exactitud los resultados de un mañana sin esperanza. La delincuencia se toma las calles, mientras las autoridades lanzan los dados en el juego fatuo del poder inmediato. La economía agoniza, víctima de las malas decisiones -y de la inacción, por qué no decirlo-, lo que aprieta aún más el nudo de cadalso al cuello de los ciudadanos.

Resulta lamentable que la designación de un magistrado para la Corte Suprema de Justicia; y la pugna por los dólares de las partidas circuitales y el Fondo Fiduciario, tengan la nación en el cieno. El grupo que logra esto no pasa de veinte individuos, quienes cierran los ojos y se tapan los oídos ante los gritos y muecas de lamento del país entero que sufre.

Por gusto parece haber hablado el arzobispo José Dimas Cedeño, quien exhortó a todos a trabajar por la patria que queremos, libre y soberana. Su invitación a luchar por una sociedad donde se respete y valore a cada ser humano, es un surco de arado en el mar; porque los políticos no escuchan, no ven y no saben dialogar, cual micos de porcelana en cuyo interior no hay nada más que piedras, y nunca una conciencia útil a la nación.

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