OPINION

HOJAS SUELTAS
Disparatorio

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Eduardo Soto P.
Colaborador

Voy a dejar que lean el borrador de párrafo que tenía para esta columna, para que compartamos juntos la bocanada de postración que a diario debemos tragar quienes nos obligamos a lidiar con la miseria humana como materia prima del oficio.

Escribí: "Si hoy me atrapara en una mala curva el momento de la muerte, me veo tentado a decir "¡qué bueno!". Primero porque tengo misiones cumplidas y me puedo ir a casa y, además, estos no son días del todo buenos para seguir respirando".

Cuando leí lo que tenía escrito en la pantalla de la PC (eran como hormiguillas negras en un plato con leche) sentí pena por mi propio arrodillamiento, y en un primer impulso las borré.

Creo haber tenido suficientes motivos para sentirme tan mal, si estaba sentado frente a una computadora con la que paso más tiempo que con mis hijos; igual que a muchos en el país, los culatazos de la historia reciente me están convenciendo que voté mal; no tenía suficiente dinero en el banco -ni lo tengo todavía- para irme de parranda a Varadero (¡ni a La Chorrera!); este año se me han ido al otro mundo por lo menos dos amigos; mi carro no es nuevo; debo la casa; ¡ese maldito resfriado!; y para rematar una muela no me ha dejado dormir en ocho días.

Pero a último momento rescaté el párrafo de la basura y decidí usarlo. Pensé que serviría para unirme a la larga fila de cabreados que esperan en la acera de enfrente a que deje de llover. Podría utilizarlo para decirles a muchos que no están solos y que, periodista o no, todos pasamos por los mismos momentos de insomnio e incertidumbre, creyendo que la losa de sepulcro pronto nos caerá a todos de sopetón en la cabeza, cuando menos lo esperamos.

Pero también sería útil para compartir el peso de mis cruces. A diferencia del resto de los mortales, los periodistas tenemos que manosear la boñiga, embarrarnos hasta la lengua con ella, procesarla y pasarla al pueblo transformada en reportajes, no todos felices. Mucho sale a la luz, pero mucho también lo tragamos en silencio, y poco a poco nos vamos envenenando.

Por eso el fastidio del periodista con el tiempo es más amargo, porque es la suma de todas las frustraciones, de todos los enojos, de todos los dolores. Hay quienes aprenden a mirar para otra parte, con el estómago y los sentimientos fríos, indolente ante los desarreglos y las injusticias. Pero el resto de quijotes dedicados a estas lides sigue siendo humano, y arruga la cara ante la muerte violenta o la corrupción, que es como matar a palos la oportunidad de todos por un mañana mejor.

Entonces ese párrafo perdido en la memoria electrónica de mi íntima amiga, la computadora, me ha servido en doble vía: para mostrarles a todos que soy un panameño más -tan jodido como cualquiera-, y para pasarle un poco a los lectores del peso de mis morrales.

Y es que en realidad no estaría feliz por morirme ni nada que se parezca; me falta terminar de criar a mis "burundangos", esos tres chiquillos hermosos que me insuflan la vida cada noche cuando nos damos besos de trompita, y nos decimos al oído: buenas noches... te amo.

 

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