Cada cierto tiempo se acercan a nosotros políticos interesados en nuestros votos para ocupar algún puesto de elección popular. En ese momento, observamos a gente que pretende hacernos creer que es muy amable, humilde y honesta para alcanzar sus objetivos.
Nos prometen el cielo y la tierra. Sus planes hacia el futuro son impresionantes y en ocasiones rayan en lo imposible. No importa, lo importante es conseguir adeptos.
Y en la mayoría de la veces, este tipo de políticos se presenta a las casas de sus electores con una bolsa de comida o algún regalito, que es como el enganche para presentar sus promesas.
Sin embargo, una vez ganan la elección, se olvidan de todo lo que prometieron y de las personas a las cuales visitaron para pedirle su apoyo. Esta es una conducta recurrente en los políticos.
Esta gente pareciera que compartieran el mismo manual de promesas que saben que nunca cumplirán.
Pero por otro lado están los ciudadanos que a pesar de que saben que esta es una conducta recurrente, caen nuevamente en los engaños de los políticos.
Tan cuestionable es la actitud de los políticos como la de los electores, porque prácticamente comprometen su independencia de criterio a cambio de minucias. Entonces con qué moral podemos reclamar después a esas personas por su actitud, si nosotros mismos la propiciamos y avalamos.
Esta es una situación que debe ser cortada de raíz. Empieza con la ciudadanía, que debe crear conciencia sobre la importancia de respetarse ella misma. Si esto no ocurre, los malos políticos seguirán en su actitud de no tomar en serio a sus electores.
Es hora ya de que los planes de trabajo de los políticos se basen en situaciones reales y que no construyan castillos en el aire para engañar a las personas inocentes que confían en que les llegará un futuro mejor.