Cuando el “homo sapiens” se distanció del resto de los animales que vivían en el planeta Tierra, precisamente se debió a su grado de inteligencia, que le permitió tener conciencia y poder discernir.
Además, de luchar por la supervivencia y procurar satisfacer sus necesidades fisiológicas el hombre tuvo y tiene necesidades espirituales que trascienden su materia.
El afecto, las sensaciones, los sentimientos, las creencias, la fe, las percepciones sensoriales y las extrasensoriales, están entre el conjunto de aspectos que integran la espiritualidad del ser humano.
En la vida agitada y extremadamente apresurada en que enmarcamos nuestro quehacer diario, nos hacen perder uno de los aspectos más sublimes que tiene lo humano, que es la espiritualidad.
Con nuestra pareja muchas veces dejamos el afecto y el sentimiento de lado pensando que hay cosas más valiosas e importantes. Lo mismo hacemos con nuestros hijos y el resto de la familia.
Con los vecinos ni se diga, ya casi no tenemos tiempo ni para saludarlos y el resto de la comunidad ni cuenta para la forma de vida acelerada que llevamos.
Peor aún ya no creemos en nada ni en nadie. No profesamos la fe por el ser Supremo, el “Hacedor” de todas las cosas.
Es sólo cuando estamos en problemas graves y en peligro evidente que entonces recordamos que dejamos de vivir uno de los mejores aspectos de la vida que Dios nos dio, la espiritualidad. |