Las palabras del doctor Juan Cortez eran terminantes: "No hay nada, señora, que se pueda hacer. Su hijita se va a morir." Pero la madre, María Lonardi, de Dorila, La Pampa, Argentina, respondió: "Todavía puedo orar."
Su hija, la pequeña Angelina de seis años de edad, tenía ya dos años de estar sufriendo de cáncer del estómago. Se había hecho todo lo posible por ella, pero el cáncer crecía y el pronóstico del doctor era trágicamente cierto. No había esperanza de que Angelina viviera.
La niña murió, pero la madre no aceptó la declaración del doctor. En ese mismo instante, y ante el cuerpo inerte de Angelina, cayó de rodillas y elevó una fervorosa oración a Dios. Y el milagro se produjo. La niña revivió. Y no sólo revivió, sino que quedó radicalmente curada.
Lo que siguió después fue muy extraño. Pasadas algunas semanas, María Lonardi, la madre, murió de la misma enfermedad. Ni siquiera se sospechaba que ella tuviera cáncer. "Fue una especie de transferencia -adujo el doctor-, algo que en términos médicos no se puede explicar." Y terminó diciendo: "Los hechos ocurrieron tal como he dicho."
He aquí un caso de inobjetable veracidad. Fue publicado por la revista Medimundo de Suramérica, que publica casos médicos. Posiblemente -y esta es una explicación que adelantaron varios médicos- la madre se fue enfermando de cáncer por la sugestión de ver, tanto tiempo, a su hijita enferma. Y tras la muerte de la niña, su enfermedad latente se agravó y estalló. De todos modos, el suceso extraordinario, inexplicable, no se puede negar. La hija regresó de la muerte, y la madre, algunas semanas después, murió de cáncer.
Salvando las grandes distancias y haciendo la comparación con suma reverencia, hubo Otro a quien, a modo de transferencia, le pasó lo mismo. Este es uno de los misterios teológicos más maravillosos de la Biblia. El profeta Isaías dice que "el SEÑOR hizo recaer sobre él la iniquidad de todos nosotros" (Isaías 53: 6). Jesucristo tomó sobre sí los pecados de la humanidad perdida, y pagó con su vida, en la cruz, el precio de nuestra redención. Dos palabras describen este acto: "transferencia" y "sustitución". El Hijo de Dios, Jesucristo nuestro Señor, tomó nuestros pecados y murió en nuestro lugar. Ese es el verdadero significado de la cruz.