Está en el centro de la Vía Láctea, aunque para verlo se necesitan poderosos telescopios, y hay que valerse de complicados cálculos matemáticos. Se dice que tiene la fuerza de radiación de 50 soles de los nuestros.
Se halla a unos veinticinco mil años luz de la tierra, y se calcula que la temperatura en su interior es de 350 millones de grados centígrados. La de nuestro sol es de sólo seis mil grados centígrados. Es lo que los astrónomos llaman "agujero negro". Está situado en el centro de nuestra galaxia, y eventualmente terminará absorbiendo todo y sumiéndolo todo en eterna oscuridad. Los astrofísicos lo llaman "el gran aniquilador".
Los "agujeros negros" se deben al colapso de alguna estrella que se cierra sobre sí misma y genera tal poder de gravedad que se traga todas las otras estrellas cercanas. Absorbe incluso toda luz.
Ya se han descubierto muchos de estos "agujeros", y en nuestra galaxia, la Vía Láctea, tenemos a éste que llaman "el gran aniquilador". Algunos no dejan de preguntarse: "¿Será que Dios los ha puesto ahí para aplicarle el castigo final a este mundo?" Lo cierto es que para encontrar grandes aniquiladores que acaban con todo lo bueno que tiene la existencia no hace falta escudriñar el fondo de los cielos. Con salir a la calle, o incluso quedarnos en casa, ya podemos verlos.
El televisor, por ejemplo, es el gran aniquilador del tiempo: las horas que la pantalla chica demanda son horas perdidas. Los expendios de licor son aniquiladores de la conciencia: el alcohol es un letal veneno moral. Y el pequeño paquete de polvo blanco, la cocaína, es aniquilador del cerebro y de la persona en su totalidad.
¿Y qué del adulterio? Es el aniquilador del matrimonio. Así mismo, la inmoralidad sexual es la aniquiladora de la dignidad humana, y la infidelidad, la aniquiladora de los votos conyugales y de la unión que Dios destinó que fuera hasta la muerte.
No hace falta apuntar un gran telescopio al centro de la galaxia para divisar al gran aniquilador. El gran aniquilador del que nosotros los seres humanos tenemos que huir es el pecado. Éste no sólo acaba con nuestro tesoro material sino también con nuestro tesoro eterno: el alma.