He aquí una frase que puede ser inmortal y sublime, que ha sido pronunciada en la historia de la humanidad millones de veces por enamorados, por los consagrados a Dios por medio de los votos, por papas a sus hijos y viceversa, y que de realizarse pone al ser humano en un nivel de belleza interior insuperable. Los que aman de verdad son seres realizados, ya que ponen todo su ser al servicio de la causa de su amor y saben que su entrega no puede ser a medias.
Realmente el timbre del amor, el sello de garantía del auténtico amor es la fidelidad. En las buenas y en las malas, en la prosperidad y en la adversidad, amar para siempre es señal de tener un corazón limpio, bueno, lleno de Dios. Estamos en una época de crisis radical de la palabra, donde reina la desconfianza en las promesas y la frustración por las desilusiones. Donde el engaño está a flor de piel y el Príncipe de este mundo, el padre de la mentira, se goza pervirtiendo conciencias para promover las trampas más viles.
Hay una estructura subyacente en nuestra cultura y es la de no presentar la verdad completa, distorsionando la realidad, falseando los contenidos más importantes de nuestras relaciones humanas.
"Estoy en esta lucha, pero cuando vea que mis intereses están en juego, abandono el barco". Prevalece el egoísmo, desaparece el heroísmo; reina la incapacidad de mantener compromisos a largo plazo, promovida por nuestro corazón carcomido por el "ego".
Vivimos en una sofisticada selva donde tenemos que protegernos en guaridas de especulaciones y chismes, estrategias de ataque y demandas legales, siempre a la espera de la embestida ponzoñosa de los traidores del momento. Pero eso no debe ser así. ¡A nacer de nuevo, del agua y del Espíritu! A creer en el amor y a vivir en el amor. A consagrar nuestras vidas al Amor. A purificarnos de cualquier actitud y comportamiento basado en la mentira, sabiendo que Dios es Verdad y a demostrar siempre sinceridad en nuestras relaciones humanas. Con Dios todo es posible, ya que con El somos invencibles.