Las últimas hojas del otoño de este año en mi preciosa Virginia de Spring Field, me devolvieron la vida. A estas alturas no sabía que planear para poder sobrevivir a mi regreso, con el gusto de siempre en este Panamá bárbaro, loco, sin evangelio y de mazo con mango de agallito, en donde todo el mundo, el que tú menos te imaginas anda armado. Aquí es mejor, vivir sin pensar en represalias en el "pele pólice" y seguir con tus vainas que consideras buenas. Es decir invisible, que es el papel más adecuado y modesto que jamás me había imaginado que podría desempeñar ser humano visiblemente enamorado de un pueblo como el capireño.
Es muy triste, cuando se percibe que todos en este país, parecieran capaces de vender sus almas, ciegos por la plata y las ganas de figurar, que el éxito de un hombre, mujer, ñaño o asexual se mida por los decibeles contaminadores de su fanfarronería y sus prosperidades por la cantidad de cosas poseídas bien o mal habidas. ¡Panamá, a veces da miedo!. Alguien dijo que somos la última generación que respetó a sus padres y la primera en temerle a sus hijos y a los niños de la calle. No se les ocurra decirles nada a los pelaos en esta nación que se ufana de loca, pues te pueden matar a pedradas. Las cifras de asesinados ya es tan normal como los aguaceros de octubre y noviembre. Los nombres de los difuntos por la violencia son admiración fugaz y en algunos casos sufren la morbosa y cómoda certeza de que estaban "metidos en algo".
Es mejor hacerse el invisible ante el sartal de crápulas y políticos que ya no les importa siquiera lo sucio que podrían esconder, es más los sinvergüenzas lo consideran normal, se exhiben carentes de la inocua pena que sentían las cotudas lavanderas con su extraordinaria cumbamba por falta de yodo.