Liam era católico y vivía en Belfast, Irlanda del norte. Jimmy era protestante, y también vivía en Belfast, Irlanda del norte. En repetidas ocasiones se enfrentaron en las calles, tirándose balazos y arrojándose granadas hasta que ambos fueron a parar a la cárcel, acusados de homicidio.
A esa cárcel llegó alguien hablando de la gracia de Dios y de la experiencia personal de tener a Cristo en el corazón. Los dos, Liam y Jimmy, escucharon con interés el mensaje del evangelio, y ambos, en oración, le pidieron a Cristo que entrara en su corazón.
La guerra religiosa se transformó en gracia divina. Los dos se hicieron cristianos genuinos que sólo esperaban el momento de terminar sus condenas para salir a las calles, abrazados a predicar el evangelio de Cristo.
He aquí otra historia que reconforta el ánimo. No todo es drogadicción, no todo es secuestro, no todo es homicidio, no todo es aborto. Liam y Jimmy son ejemplos de una historia con un desenlace feliz: una historia de paz, una historia de amor, una historia de unidad, una historia de redención.
Una vez más, Jesucristo se presenta como la única solución al dilema del mundo, pues aunque se logren pactos políticos que traigan paz temporal a determinados países, o se firmen documentos internacionales que alivien la tensión entre las grandes potencias, o se haga un llamado general a deponer las armas, Cristo es el único que puede lograr un cambio total de corazón. Sólo Él transforma en paz la destrucción.
Lo que ocurrió en Irlanda del Norte entre dos enemigos mortales puede también ocurrir en la familia, en el hogar, en el matrimonio. Es tiempo de que dejemos a un lado nuestro orgullo y obstinación, y que sigamos a ese Cristo que trae la paz y transforma el corazón.
¿Qué reina en nuestro hogar? ¿Resentimientos entre los esposos? ¿Enemistades entre padre e hijos? ¿Pleitos entre hermanos? Jesucristo puede y quiere intervenir como Príncipe de paz en lugares donde reina la guerra. Él hace amistar a los enemistados y armoniza a los que viven en discordia. Él puede cambiar el lobo en cordero, y al demonio en ángel. Jesucristo es el gran Transformador, pero no interviene si no lo invitamos. Él espera nuestra invitación para venir en nuestra ayuda.