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Veneno en el lugar menos pensado

Hermano Pablo | Reverendo

La misa se estaba celebrando como de costumbre en la tranquila y pequeña iglesia de la aldea italiana de Pattada, Cerdeña. Estaba oficiando la ceremonia el sacerdote Giuseppe Mura, de 39 años. El sacerdote, hombre tranquilo y pacífico, sin enemigo alguno, levantó la copa con el vino de la comunión. Los fieles agacharon la cabeza, y el sacerdote bebió un trago.

Con un rictus de dolor en el rostro, el clérigo dejó caer el cáliz, se agarró con ambas manos el estómago y rodó por el suelo. Alguien había puesto veneno en el vino. Lo llevaron de inmediato al hospital y, tras un apropiado tratamiento, quedó fuera de peligro. Nadie pudo explicarse la razón del atentado, salvo que dos sacerdotes anteriores a Mura habían recibido amenazas de muerte.

Lo que le ocurrió al padre Mura nos lleva a reflexionar sobre muchas otras cosas que también parecen muy inocentes y, sin embargo, encierran peligro de muerte. El pecado mortal suele estar envuelto en sedas perfumadas o en grandes billetes de banco o en una sonrisa nacarada y cautivadora.

El diablo sabe endulzar sus tentaciones. Nunca presenta de entrada el amargor horrible del cianuro o el ácido prúsico. Cuando viene a tentarnos, esconde la ponzoña, ya sea en una fiesta juvenil, o en un paseo en yate por el mar a la luz de la luna, o en una cena con la secretaria en un restaurante de lujo cuando la esposa ha salido de viaje. ¡La muerte puede ocultarse en las ocasiones menos pensadas!

¿Cómo podemos contrarrestar estos atentados sutiles de Satanás? El apóstol Pablo tiene la respuesta. En su carta a los efesios él dice que para poder hacer frente a esas artimañas del diablo debemos ponernos toda la armadura de Dios. Esa armadura está compuesta del cinturón de la verdad, la coraza de justicia, el escudo de la fe, el casco de la salvación y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.

La salvación la compró Jesucristo al morir en la cruz por nosotros. Nos ponemos simbólicamente ese casco cuando reconocemos a Cristo como nuestro Salvador y le entregamos el control de nuestra vida. Armados, además, con la verdad, la justicia, la fe y su Santa Palabra, «cuando llegue el día malo», afirma San Pablo, podremos «resistir hasta el fin con firmeza». ¡Así nos inmunizamos contra todo veneno del diablo!




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