Al escuchar a lo lejos el ran-tan-tan de las bandas musicales de colegios y escuelas, que anuncian las fiestas Patrias, me acuerdo de Manuel. Era el portero del juzgado donde comencé a trabajar, apenas cumplí dieciocho años.
Llegó con menos de esa edad, lleno del entusiasmo de su adolescencia y la picardía de los muchachos que han vivido en barrios populares.
Varios le aconsejamos que hiciera la secundaria.
En los años sesenta ya se sabía que un bachiller tendría mejores oportunidades de trabajo. (Ahora esto no ocurre ni con la licenciatura).
Manuel nos hizo caso. Se matriculó en una escuelita nocturna poco conocida... pero que tenía una bulliciosa banda que se destacaba el 3 de noviembre de cada año.
Semanas antes de noviembre, Manuel se transformaba. Se le veía inquieto, nervioso, haciendo más rápido y eficiente su trabajo.
Era que estaba acumulando propinas que le daban los abogados.
Necesitaba dinero extra para comprar el quepis con su escudo dorado. El uniforme costaba sus buenos reales, lo mismo que los brillantes zapatos.
Lo más caro era la corneta y sus llamativos cordones.
Apenas el reloj marcaba la hora de salida marchaba despavorido para su escuela.
Lo vi marchar con el pecho lleno de orgullo, la mirada seria, haciendo con donaire las maniobras de la banda.
Creo que terminó la secundaria gracias a que perteneció a la banda de músicos de su colegio.
Ahora ya tiene canas, hizo una vida aceptable y me imagino que recordará sus días de gloria en la banda (lo que causaba admiración en las chiquillas).
Por el caso de Manuel y otros que seguramente existen, respaldo y apoyo las bandas de los colegios.
Lo que no acepto son las rivalidades violentas que a veces ocurren.
Antes, poca gente apreciaba dichas bandas. Ahora hay concursos sobre cuál toca mejor.
Ya desapareció la mala imagen que solamente los fracasados y ruidosos pertenecían a ella (exigen buenas notas).
Así que ¡aplaudamos intensamente las bandas de músicos en estas fiestas patrias!.