Tal vez, por que los disparados precios del combustible han cambiado en mucho nuestras vidas.
Quizás, porque las malas noticias suenan más que las buenas.
Lo cierto es que desde hace ya un tiempo considerable, los panameños como que estamos envolviéndonos en un pesimismo absurdo, que de avanzar nos amarra para siempre al subdesarrollo, a la pobreza generalizada y a la inoperancia total.
Esa falta de confianza colectiva en el futuro, ahora le está dando paso a una minoría que critica, socava, desprestigia y pone en discusión a cuanto valor real aparezca en la vida nacional no importa que se destaque en lo económico, político, religioso, social o literario o teatral.
Esto es peligrosísimo. Son muchos más los hechos positivos que vivimos como nación en el día a día, que los pocos retos que no podemos alcanzar.
Son muchos más los panameños que triunfan y avanzan por el camino del bien; que los otros atraídos por las mala prácticas cuyo destino final, mas temprano que tarde será siempre la frialdad de una celda.
Sin embargo, otra actitud que lesiona y que choca es la de quienes no soportan las victorias de los demás. No hay que ser un genio, ni un célebre pensador para aceptar que la verdadera felicidad consiste en contentarse, sencillamente con lo que uno tiene. En Panamá no podemos llegar a los extremos de otros países donde la envidia provocó más muertes, que cualquiera otra causa.
A los envidiosos también tenemos que ponerles un freno.
Levantemos el ánimo, compatriotas. Tenemos un país hermoso, una democracia Viva, Crítica en Línea, una sociedad con legítimos valores y una naturaleza privilegiada. Si como pueblo tomamos decisiones colectivas apropiadas, y en base a ellas, superamos los graves problemas que se nos vienen encima, entonces disfrutaremos todos de mejores días.
De eso se trata esta reflexión.
