Hace poco un amigo andaba como amachinado. Ese es el término que se utiliza en el argot popular para definir a una persona, cuando se encuentra apesadumbrado por alguna dificultad.
El asunto no era para menos. A un pariente se le diagnosticó una enfermedad incurable.
En realidad nadie está preparado para morir y menos anticipadamente. Se ha preguntado alguna vez qué cosas haría de enterarse que le quedan pocas semanas de vida.
Usted a veces escucha en conversaciones entre hombres, gente opinando que el moribundo se dedicaría a gozar lo poco de tiempo que le queda en esta tierra.
Yo más bien pienso que es un período de conversión; de tratar de acercarse más a Dios; de hacer cosas que nunca has hecho, pero hablo de cosas buenas, no de lanzarse a las mieles del placer.
Los familiares y amigos de la persona afectada deben dotarse de una gran paciencia.
Aún para el ser humano con más control, el saberse enfermo lo hace perder la razón.
Es típico que trate de apartarse, que ande malhumorado y que desconfíe de todo.
Es en esos momentos en que las personas que aprecian al enfermo, deben brindarle su apoyo y no abandonarlo.
Aunque alguien se encuentre afectado por una enfermedad mortal, no debe perder la esperanza.
La ciencia avanza constantemente; quizás mañana se descubra una medicina que lo sane de los males que le lo aquejan.
A lo mejor Dios hace un nuevo milagro y logra curarte para darte una segunda oportunidad.