Panamá -sobre todo la ciudad capital- es rica en vida nocturna. La oferta de discotecas, bares, cantinas, cabarets, salas de masaje y lugares donde abunda el licor, la música y el desenfreno es mucha. Y lo es porque la demanda también es enorme.
Todo radica en el estilo de vida de gran parte de los panameños; parranderos por naturaleza, bailadores natos y fuertes bebedores.
Algunos, por desgracia, van aun más allá en su búsqueda de mayores y mejores placeres carnales. Ahí están las drogas fuertes como la cocaína, la heroína y el éxtasis, además de otras más baratas (pero igual de ilegales) como la marihuana y el maldito crack (piedra).
Algunos de nuestros jóvenes y chicas viven tan intensamente, se trasnochan tan seguido, parrandean, beben y hasta se drogan con tal frecuencia, que su vitalidad se apaga en pocos años. Cuando llegan a los 30, puede verse claramente que se han convertido en la sombra de lo que solían ser.
Y eso si es que tienen suerte de llegar a los 30. Muchos mueren en accidentes, por sobredosis, o en circunstancias extrañas, como pudimos ver recientemente la semana pasada.
El problema es que la vida desenfrenada consiste en una serie de hábitos (muchos de ellos vicios) que se vuelven adictivos, y que en conjunto conforman una gran adicción. Al final, este estilo de vida es el único que conocen, ya que todas sus amistades y horarios giran en torno a las discotecas, los bares, los arranques, los "tragueteos", las idas al push bottom, y las regatas en las calles.
Muchas vidas se apagan antes de tiempo porque arden con demasiada intensidad. Son rebeldes sin causa y sin pausa. Grandes celebridades de la música, el cine y el deporte se han ido al otro mundo en la flor de su vida porque nunca supieron apretar el freno cuando se acercaba el muro que tenían en frente. Usted no tienen que sumarse a ellos todavía.