VARIEDADES


Memorias de “Gabo” en Panamá

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Miriam Vicenta Almanza
Crítica en Línea

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Jorge Eduardo Ritter presentó el libro.

El mundo literario se estremece con la última creación del Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, quien sorprende una vez más con su obra “Vivir para contarla”.

El libro fue lanzado oficialmente el pasado martes en Colombia y el miércoles en Panamá y el jueves, de manera simultánea, en el resto de los países de América Latina.

La presentación de la obra en este país quedó a responsabilidad del Dr. Jorge Eduardo Ritter, ex canciller e íntimo amigo de Gabriel García Márquez, quien hasta la noche del miércoles, había sido el primer panameño que había leído el libro del escritor colombiano.

Ritter aclaró que no es crítico literario ni que ser amigo del escritor, es credencial suficiente para opinar sobre su obra. “Quizás hasta sea al revés, que la amistad desvirtúe la objetividad del análisis y termine por levantar sospechas” acerca de la obra.

El ex canciller, que al referirse al Premio Nobel lo llamó por el apelativo “Gabo”, aclaró que “no es por confianzudo ni para presumir de la amistad (...) sino porque según él mismo cuenta que como siempre lo llamaban Gabito, llegó a sentir que ese era su nombre de pila, que Gabriel era su sobrenombre y que Gabo es un diminutivo regular de Gabito”, lo cual lo autoriza (a Ritter) a referirse al más grande autor vivo de la Lengua Española- después de Miguel de Cervantes Saavedra- como “Gabo”.

“Las memorias constituyen géneros sospechosos al que suelen recurrir los hombres públicos para dejar a la posteridad un retrato de sí mismo, distorsionado por la vanidad e inspirado en la necesidad de ensayar discursos”, subrayó el ex canciller.

El propio Gabriel García Márquez escribió hace muchos años un artículo de prensa sobre el entonces presidente de Francia, Francoise Mitterand que decía: “Las memorias son un género al que recurren los escritores cansados cuando ya están a punto de olvidarlo todo”, recordó Ritter.

La frase, según dijo, se enteró luego, surgió de una conversación de Márquez con su padre hace más de medio siglo, donde uno de sus hermanos resolvió diciendo que “lo primero que un escritor debe escribir son sus memorias cuando todavía se acuerda de todo”.

El panameño defendió al escritor diciendo que “por fortuna ‘Gabo’ no está cansado, se acuerda de todo y cuando se le cierran las ventanas de la memoria sobre un hecho determinado, tiene la honradez intelectual de reconocerlo”.

A juicio de Ritter, dicha honradez “a ratos hace que en lugar de memorias, “Vivir para contarla” luzca como confesiones de cualquier otro le contaría a su mejor amigo e incluso, a su cura confesor”.

El íntimo amigo de Gabriel García Márquez, confesó que hasta llegó a pensar que un buen día acababa de escaparse del mundo no tan imaginario de Macondo para contar él mismo sus propias juergas y desafueros, pero a vuelta de página puede uno desgarrarse ante el retrato de un joven solitario, que lo era a pesar de tener vivos a sus padres, abuelos y a sus diez hermanos, y tímido a pesar de estar contando historias fantásticas desde los cuatro años”.

Jorge Eduardo Ritter sentenció que las memorias de Gabriel García Márquez “con seguridad van a originar más estudios de los muchos que ya existen sobre la vida y la obra de Gabo”.

Refirió que un connotado jurista colombiano escribió un estudio profundo sobre el Derecho Penal en “Cien años de Soledad” en el que describe uno a uno los muchos delitos que allí se perpetran: homicidios, violaciones y tetas.

“Pues ahora no ha de faltar quien emprenda la tarea tan inútil como fácil de inventariar todos los pecados contra la moral y las buenas costumbres que Gabo describe como propios y la flexibilidad de los códigos no escritos que justificaban las travesuras de su adolescencia”, reflexionó Ritter.

“Escamoteábamos libros. De acuerdo con el código escolar, robar libros es delito pero no pecado”, citó el panameño.

Una de las anécdotas extraídas por el ex canciller fue una “deslumbrante forma de exculpación” sustentada por el hermano del escritor, Luis Enrique:

“Mis gastos aumentaban tanto que resolví saquear las alcancías de mi madre. Luis Enrique me absolvió con su lógica de que la plata robada a los padres, si se usa para el cine y no para putear, es plata legítima”.

En las memorias de Gabriel García Márquez se entremezclan en una sin par armonía narrativa en cada una de las 579 páginas, enlaces de amores de todas las clases, lecciones de literatura y de música, parrandas monumentales, la intimidad de la vida familiar, odios ancestrales, retratos cáuticos de los personajes públicos, recuerdos afectivos de los amigos de juventud, relaciones paterno filiales tormentosas, la vida de los burdeles y de los internados, estremecimientos históricos, tragedias familiares, una dósis generosa de buen humor, lecciones para toda la vida, dijo Ritter.

“Lo magistral consiste en que no hay pausas para el giro de unos temas a otros, sino que todo aparece como parte de un mismo cuento bien contado en el que los tiempos de la narración los maneja el autor con la maestría ya proverbial de sus novelas”, dijo Ritter.

Subrayó que “en efecto ‘Vivir para contarla’ tiene la misma estructura de una novela, solo que los personajes son de verdad, aunque muchas veces no lo parezca”.

Reconoció que hay pasajes enteros de las novelas del escritor colombiano que ahora son confirmados como hechos de la vida real.

El amigo del Premio Nobel trajo al pensamiento del público a “Rebeca”, la de “Cien años de Soledad”, que pasaba arrinconada sentada en una mecedora comiendo tierra, “cuando ahora Gabo relata, con una crudeza conmovedora: “Mi hermana Margot se sentaba en su silla de curso elemental y allí permanecía callada, sin mover la vista de un punto indefinido. Nunca supe a tiempo que mientras permanecía a solas en el salón, masticaba la tierra del jardín de la casa que llevaba escondida en el bolsillo del delantal”.

Uno de los personajes más conocidos en las novelas de Gabriel García Márquez es Aureliano Buendía, el de los pescaditos de oro, cuyos hijos de la guerra aparecían en la casa paterna y eran aceptados como propios por su esposa.

El abuelo de “Gabo”, Nicolás Márquez, pasó sus últimos años fabricando pescaditos de oro y era coronel, y de él su nieto dice: “Además de sus tres hijos oficiales, habría tenido otros nueve de distintas madres antes y después del matrimonio, y todos eran recibidos por su esposa como si fueran suyos. Ellas los registraba con sus nombres y apellidos en una libreta de apuntes desde que tenía noticias de su nacimiento, y con una indulgencia difícil, terminaba de aceptarlos de todo corazón en la contabilidad de la familia”.

Y así, Jorge Eduardo Ritter detalló el contenido de la obra haciendo una relación de las obras del escritor y reflexionando si “¿Cien años de soledad y el amor en los tiempos del cólera” son en realidad dos tomos de las memorias de Gabo, y “Vivir para contarla” su primera gran novela?” .

Jorge Eduardo Ritter confió a “Crítica” que conoció a Gabriel García Márquez en el aeropuerto Internacional en Tocumen, en 1975, y la última vez que lo ha visto fue el mes pasado, y en ese entonces “hablaron de todo, como lo hacen los grandes amigos”.

 

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