Lanzar el inquietante suspiro profundo, despedir una mirada hacia lo azul del despejado infinito, esperando con ahínco lo que nunca llega, es la esperanza disipada en la orfandad que guarda el sello característico del cristiano que vive amparado bajo las sombras de las alas crispadas del infortunio. No me cabe la menor duda de que el sometimiento del ser humano al retrospectivo análisis interior, bajo el monitoreo del espíritu, no se podrá encontrar sino tinieblas que en las intimidades internas, los favores han sido proscriptos y la compasión abandonada. ¿No habéis encontrado al inválido implorando la ayuda por amor a Dios? Mirado de soslayo por la indiferencia promotora de tantas tramoyas descomedidas, distanciadas de toda conducta edificante.
Son las pisadas falaces que protagonizamos con entera desazón, en las que todo tropezón es completamente irremediable. Sea el espectáculo del mar conmovedor y del cielo también, por su compleja inmensidad, pero son difíciles la obtención de atributos superlativos, al osar penetrar en la mansedumbre alojada en el interior del alma humana. Ah, ¿y qué comeremos mañana? Acto de tribulación de proporciones dantescas, la concomitancia del mal, donde la conciencia del hombre es el caos de todas las quimeras, las derrotas de las ambiciones desvalidas, campo de batalla expuesto a las pasiones imprudentes, en los cruciales momentos de reflexión, en comunión con los ordinarios retrocesos desesperados.
Hablo refrescando la memoria, sobre las exageraciones impuestas a una de las necesidades orgánicas absolutamente absorbentes, el hambre, cuya presencia se debe tomar muy en serio, realidad que obra amañando nuestro pensamiento, desquiciando todo modal cauto, castrando el apegado anhelo a la verdad. La existencia es cuestión de comprensión porque la buena fortuna llega muy rápido a su fin.