Cuando vemos a concejales gritando como "racatacas" en plena sesión, o estudiantes de la otrora más prestigiosa escuela secundaria del país causando destrozos y caos sin justificación, causa repugnancia ver cómo instituciones de nuestro país, como un consejo municipal o nuestro sistema educativo, quedan mancillados por malos elementos.
Existen diversos tipos de instituciones en este país. Comenzando desde la que llamamos "familia". Cuando abusamos de nuestra mujer, o cuando ella quema al marido, o cuando exigimos a nuestros hijos sin darles nosotros el ejemplo, estamos enlodando a esa institución.
Ciertas cosas deben ser sagradas, comenzando por la familia, luego por los principios de convivencia pacífica, respetar la propiedad de los demás, respetar a los adultos mayores, respetar los derechos humanos, entre muchas otras cosas. El respeto a las instituciones que componen nuestra sociedad es lo único que puede encaminar a nuestro país hacia un destino mejor.
Pero parece que ni el 5% de quienes nos rodean lo hacen. Ahora nos enteramos que varios ministros se compran autos de 100 mil dólares. ¡Ese dinero es suficiente para comprar al menos tres o cuatro automóviles 4X4 totalmente equipados! Para quienes se escudan en sus instituciones, eso no parece ser suficiente.
Hay que tener algo de vergüenza. Nuestras instituciones no están hechas de concreto, bloques y varillas. Las paredes de nuestras escuelas, nuestros trabajos, nuestros organismos de gobierno y hasta nuestas propias casas son más que materiales. Fueron erigidas por personas con una visión y un sueño, que puede haber sido la de educar a los niños para hacerlos gente de bien, fundar una nación, o formar una amorosa familia. Las instituciones fueron puestas en nuestra vida para hacerlas mejores. No las destruyamos.